Si el enfrentamiento dialéctico de los políticos se tradujera con las mismas formas en la sociedad se llegaría al enfrentamiento físico y al conflicto social. El cuadro de Goya nos presenta la forma de resolver conflictos. En nuestro genial pintor, los pobres solucionan así las cuitas de los señoritos. Casi igual que sus retratos de reyes, príncipes y damas ilustres. Unas pseudoélites políticas cargan las palabras para que la masa se líe a garrotazos mientras ellos recogen las nueces.

Hay una irresponsabilidad en la forma y en el fondo. Las practican los que no evalúan los costes de su comportamiento, seguramente porque esas pseudoélites han vivido una vida holgada y opulenta. Las causas de estos comportamientos derivan también de una incapacidad intelectual y política de sus protagonistas. El origen de esta incapacidad puede provenir de la limitada formación, de su reducida experiencia en la acción política y social cotidiana. Solo poseen las experiencias políticas que han aprendido en sus organizaciones. Han sido su escuela, pobre escuela, su trabajo y su medio de vida. Desconocen la vida civil, la historia y han tenido una vida fácil en la que la ideología ha primado. No han contrastado sus ideas con el mundo real, el social y el económico. No evalúan la realidad en la que viven y no ponderan el valor de nuestras instituciones políticas, de forma que no alcanzan a ver el deterioro que pueden sufrir y los costes sociales que pueden originar son sus propuestas.

Quizá solo lo lamenten cuando soporten el mal hecho y sin remedio. Aunque los mayores costes se los llevarán las clases populares, a garrotazos. Ocurre con esas críticas sobre del régimen del 78. Ahora alguien se asusta con los escraches y descubre las cloacas del Estado. Sagaz y listo. En aquella época de la Transición no había cloacas: estaba intacto el aparato represivo del Estado y los sectores pro régimen se sentían y estaban fuertes. Había muertos, como los abogados de Atocha. Y ahora acusan de blandos a los que protagonizaron el pacto constitucional.

Pero el principal causante del deterioro institucional no viene de esos sectores. Una vez más a la derecha le cuesta entender y asumir el sistema democrático, les ha costado aceptar los importantes cambios sociales, las libertades civiles y las libertades sociales, requisitos imprescindibles de las sociedades democráticas modernas. Les cuesta no mandar en su cortijo. Por eso tampoco les importa el deterioro institucional y se afanan en todo tipo de marrullerías para seguir dificultando que los democráticamente elegidos lo puedan hacer.

No mandan políticamente, pero sus intereses e ideas no solo no están desatendidos, sino que todavía disfrutan de privilegios clasistas propios de situaciones pre democráticas. Por ejemplo, aunque haya un acceso democrático en nuestro país para desempeñar altas funciones funcionariales del Estado, estas siguen estando ocupadas mayoritariamente por determinados sectores sociales. La propia escalera social está gripada y hay poca movilidad social.

Admitámoslo, diplomáticos, jueces, economistas y abogados del Estado siguen siendo un coto relativamente cerrado, aunque formalmente cualquiera se pueda presentar a esas oposiciones ( La urna rota , 2014). La propuesta de que los jueces elijan a sus propios representantes estaría bien, por ejemplo, si el acceso a la Judicatura respondiera a los mejores expedientes de las facultades de derecho y no a unas personas a las que les han preparado otros jueces, de forma que los que acceden a esas funciones, son un grupo muy preparado, pero no del todo representativo de la sociedad. Es más representativo el parlamento.

El consuelo que nos queda es que los apoyos que consiguen esos sectores de la ultraderecha y la otra derecha, aunque sean muchos y disciplinados, no son suficientes para alcanzar una mayoría política. Hay un pequeño porcentaje de votos, oscilante que se asusta también de esas propuestas retrogradas y poco patrióticas hay que decirlo. La derecha seguirá enredada en su tela de araña durante bastante tiempo con esas actitudes.

El problema es que eso desincentiva buenos comportamientos desde el lado de la izquierda, comportamientos honestos con las instituciones y eficaces en cuanto a la gestión pública de los recursos. La vigilancia crítica de una oposición seria es un acicate, y un requisito me atrevo a decir, para la buena gestión pública.