No sé si Mariano Rajoy se ha enterado o si se lo han dicho sus asesores --Arriola por ejemplo-- pero desde que Felipe VI está reinando acapara más cuota de pantalla que don Mariano. En los informativos casi se agradece la ausencia del presidente que antes de la sucesión monárquica salía insistentemente para decir obviedades de las suyas. Yo en su caso me preocuparía un poco. Una cosa es apoyar a la monarquía y sus herencias y otra que te roben los segundos de gloria todos los días en los telediarios. A veces el vasallaje tiene estas contradicciones, sutiles, pero que subliminalmente se quedan en la retina acomodaticia de los espectadores sin espíritu crítico. A ver si resulta que el pueblo llano a fuerza de ver las imágenes amables y cuidadas de la nueva pareja real inaugurando cosas y sonriendo todo el día se olvida de votar al PP.

Y es que los gestos son importantes. Delatan el talante de los cargos públicos que, por ser precisamente públicos, están ahí para ser observados y analizados. Hay gestos que delatan el carácter o la personalidad de Rajoy. Cuando hay cámaras camina y mueve los brazos como un autómata. Fíjense, no falla. Los asesores le habrán aconsejado que camine e intente moverse como Obama, con ese swing con el que acompaña cada movimiento de su cuerpo. Pero, claro, en el español resulta impostado, ridículo. No sé si ha logrado dominar el tic del ojo izquierdo que se movía desconcertante a su aire, involuntariamente, en cuanto se ponía nervioso o mentía descaradamente, sobre todo si sufría un debate televisivo con un contrincante de mayor categoría. O el último gesto del presidente que es huir por puertas ocultas del Congreso en cuanto los micrófonos le persiguen, excepto cuando oye la palabra "fútbol" y entonces se gira y atiende encantado a la prensa.

La nueva reina, Letizia, tiene un gesto de alerta permanente, de control exhaustivo que la desgasta en esa persecución inhumana hacia la perfección a toda costa. Tiene unos ojos preciosos pero que se clavan en la mirada como un ave de presa y producen turbación. Me pregunto si alguna vez esta mujer estará relajada. Hay otra clase de altivez más insulsa que se observa en el gesto monótono de Luisa Fernanda Rudi que parece desdeñar al resto del mundo desde la altura de su mandíbula altanera. Al jefe de los empresarios, Juan Rosell, lo primero que deberían aconsejarle en su entorno es que se lavara más a menudo la cabeza para evitar esa sensación de rizos pegados al cerebro que a lo mejor le hacen decir tonterías como que "un millón de amos y amas de casa se han apuntado al paro en España" y otras ocurrencias por el estilo. El gesto ratonil del ministro Montoro me temo que no tiene arreglo por más que se cambie de gafas todos los días en un alarde de suprema coquetería. Y el ceño siempre fruncido del joven Pablo Iglesias también debería relajarlo porque los vientos soplan a favor de su espléndida sonrisa.

Periodista y escritora