No es nada original comenzar el último artículo de 2014 pensando hacer balance. En esta ocasión, y prometo no reincidir, empezaré por mí. Han pasado ya algo más de cuatro años desde que comencé a escribir mi opinión sobre algunas cosas en este espacio al sur de las hojas de EL PERIÓDICO. Su director, Jaime Armengol, a instancias de una buena amiga pensaron que ese podía ser uno de mis lugares en el mundo. Desde entonces cada dos domingos, salvados algunos días del verano, me cito con mi ordenador para pensar en lo que nos envuelve, arropa y, a veces, arrasa a todos. Un curioso y pícaro sabio buen conocedor del corazón humano, llamado Gabriel García Márquez, dijo en cierta ocasión que posiblemente se escribía para que a uno lo quieran más los amigos. En su caso y dado lo bien que escribía es más que probable que fuese así y sus amigos y hasta enemigos no dejaran de aumentar su cariño por él gracias a las lecturas que les proporcionó, nos proporcionó. En mi caso, aprendiz de escritora de opinión, no está tan claro que mis amigos puedan quererme más por lo que aquí escribo. Tampoco es fácil que lo hagan por lo que escribo en los trabajos académicos que por mi profesión y oficio elaboro. Diré, para mi descargo que, en unos y otros pongo la pasión de que soy capaz y el empeño que el tiempo y la vida me dejan y permiten. En los últimos tiempos algunos de esos amigos que cariñosa y fielmente leen lo que en estas líneas les cuento me han dicho que estoy algo pesimista. En realidad, tal vez sería más exacto decir que soy algo pesimista. Se afirma, como sabrán, que un pesimista es un realista bien informado. No estoy completamente segura de que eso sea así y de que ese sea mi caso. Creo estar en condiciones de decir que este espacio y tiempo compartido con aquellos de mis amigos que anticipadamente leen y corrigen (si es el caso) alguna coma o errata del borrador del artículo y, además y por supuesto, con todos los que han tenido a bien hacerme un hueco en su domingo o en sus lunes (los compañeros de mi querida y no siempre bien tratada Universidad de Zaragoza) han hecho de mí alguien algo mejor. La reflexión y el necesario ponerse en el lugar del otro, de los demás antes de pulsar una sola tecla del ordenador para escribir mi artículo exigen que me pare a pensar sobre aconteceres, lugares, parajes y personas en las que, tal vez, nunca hubiera reparado si no fuera por esta cita. No es fácil sustraerse a tanto sufrimiento como este año he visto y leído en la prensa, por ello es difícil para mí despojarme del pesimismo que como gotas de plomo cae sobre mí cuando descubro con horror algunos hechos de los que somos capaces. Sin embargo, he aprendido tanto y también a querer más, y espero que mejor, a esos buenos amigos que en silencio y sigilosos me han ido acompañando durante este tiempo. Por ello hoy solo quiero agradecerles que, como gotas de oro, hayan añadido luz y valor a este trabajo mío. Gracias. Todas las gracias para ellos.

Profesora de Derecho de la UZ