No hay que irse muy lejos. Cualquier partido de fútbol de categorías inferiores, un comentario que parece inocente en la tienda del barrio, la utilización del migrante como estereotipo o esa mirada repleta de prejuicios en un autobús de línea. El racismo está en nuestro alrededor.

Es cierto que algunos lo encarnan a la máxima expresión: son racistas de libro con prejuicios identitarios fruto de su incapacidad para la comprensión. Y otros pequen de vicios que alimentan un micro racismo que, en ocasiones, es hasta más pernicioso. Quizá seas (seamos) más racista que el que no se esconde en su intolerancia racial.

Desde la superioridad que nos otorgamos en nuestra burbuja de confort aplicamos cada día pequeños actos reflejos que legitiman un racismo invisible. Cuando llamamos paki a la tienda de la esquina, el inicio de una conversación con el tópico «No soy racista, pero…», o ese amigo que en una cena se queja de que el aumento de migrantes provoca delincuencia en las calles.

El racismo está en nuestro alrededor con pinceladas sutiles que legitiman un prejuicio identitario hartamente deleznable. No hay nada más inhumano que desdeñar a otro humano por su tono de piel. Claro está que eso nunca sucedería con una estrella del atletismo keniano o un multimillonario catarí que invierte en tu ciudad.

En Europa, y en España, comienza a gestarse un germen racista que, lejos de terminarse, tiene su componente político en el gobierno de varios países o con las posibilidades de alcanzar gobierno en coalición con partidos de la derecha. Poco a poco se está alimentando a ciudadanos intolerantes por el consentimiento de los pequeños racismos de nuestro día a día.

Más allá de la crítica evidente a la estupidez racista, el poeta William Faulkner lo apuntaba con suma certeza: «Vivir en cualquier parte del mundo y estar contra la igualdad por motivo de raza es como vivir en Alaska y estar contra la nieve».

Estarás leyendo este artículo con el criterio --quizá-- de que tú no eres racista. Pero lo eres. Lo somos. Poco a poco alimentamos un conjunto de bulos o prejuicios en nuestro entorno que nos dan ese penoso atributo aunque no queramos. En nuestra mano está erradicarlo.

No dudes en desmentir los bulos sobre los migrantes, en informarte a fondo sobre las creencias que escuchas en tu entorno que sustentan el odio y rompe el tablero del racismo institucionalizado que comienza a fraguarse.