Como todo en esta vida, lo habitual empieza a convertirse en hábito y después de 43 días de estado de alarma, de confinamiento en los hogares, todos empezamos a relajarnos un poco más. Nos pasa cuando salimos a comprar, o a pasear al perro o simplemente cuando se sale a aplaudir a las 8 de la tarde a la terraza. Hay ya mucha gente que comenta que en sus respectivas zonas hay muchos días que se oyen menos palmadas. El cansancio se apodera y la normalidad, en este caso, es negativa. Por mucho que se vea que hay datos de la pandemia del coronavirus que van a la baja, en España y en Aragón, y por mucho que estemos viendo que se avecinan desde hoy mismo planes de desescalada que nos van a permitir un poco más de flexibilidad social. Pero no hay vacuna y todavía hay que preservar, y mucho, la salud de la población. Ver ayer cómo en los dos mataderos de Binéfar numerosos trabajadores se sometían a los test de detección del virus sin guardar las medidas de distanciamiento social que marca el decreto del estado de alarma, delante incluso de agentes de la Guardia Civil, no es muy responsable por parte de nadie.

Por eso, cuando asistimos todos estos días a tanta hiperactividad política conviene reflexionar y ver si todo se está haciendo correctamente. Porque tanto día después de la primera jornada en estado de alarma, los españoles estamos teniendo tanta densidad informativa desde la Moncloa que en ocasiones genera ruido y distorsiona. Ruedas de prensa tan densas, con cuatro personas o más, acumulando diariamente datos y datos quizás provocan en la ciudadanía más desinformación que otra cosa. Incluso la presencia de personas, como los miembros de la Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y del Ejército, poco habituados hasta ahora a exponerse ante los medios de comunicación, pueden causar, como así ha ocurrido, desastres informativos que se convierten en un boomerang para las autoridades que se supone quieren contar todo lo que hay. Hace falta claridad informativa, no hiperactividad en la información porque al final el público desconecta.

Lo mismo ocurre con los largos discursos del presidente del Gobierno durante muchos sábados por la tarde para explicar las novedades del confinamiento. Otra hiperactividad informativa porque su mensaje se puede resumir, y mucho, y seguramente tendría igual calado. Todo esto se ha replicado en las comunidades autónomas, aunque es verdad que se centra en cuestiones más concretas, igualmente teledirigidas.

Tanta hiperactividad, a la gente que lo que quiere es recuperar la normalidad de sus vidas les genera desazón. Ver a algunos políticos permanentemente en la calle no es bueno. Hay momentos en que estos tienen que trabajar con las luces apagadas. Si se está diciendo a la ciudadanía que hay que restringuir la movilidad a lo máximo para proteger la salud de todos, ningún político debe poner nada de esto en riesgo y debe respetar las normas por las que se sanciona a la gente si no las cumple. No hacerlo, montarse un book fotográfico con coche oficial y escoltas, no respetar las medidas de distanciamiento social, no es de recibo por responsabilidad personal. Si un ciudadano de a pie no puede hacer según qué cosas, un representante institucional, con todo el protocolo que lleva, menos.

Y esto afecta a todos los servicios públicos, a los que la ciudadanía agradece con sus aplausos todos los días el trabajo que realizan en esta pandemia, especialmente a los sanitarios que diariamente se juegan la vida. Por mucha adrenalina que se intente inyectar a la gente que se asoma a ventanas y terrazas, los camiones de bomberos, el helicóptero de la Policía y cualquier caravana motorizada que se intente montar no es para estos momentos. Que cada uno aplauda desde su ventana, que las autoridades lo hagan si quieren desde los balcones de sus instituciones (y así lo han entendido muchos de los políticos más populistas de este país) o desde sus casas, pero es momento de trabajar cada uno desde su despacho para parar el virus.

Y ya mismo, en el día después que va a ser duro. Acuerdos de unidad como el de Aragón son positivos, aún siendo conscientes todos que empresarios y sindicatos no pueden escribir las mismas frases, y que Gobierno y oposición deben defender sus ideas para llegar a una causa común. Ahí es donde hay que trabajar también mucho, pero sin necesidad de provocar situaciones que solo generan ruido. Por eso son momentos de actividad política normal, discreta y práctica. Que tiempo habrá para lo demás...

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