Esta semana ha sido la Fiesta del Cine, una buena excusa para acudir a la rutilante cartelera, llena de atractivos títulos. En ella hay dos grandes filmes que tienen mucho en común.

Dos películas triunfadoras: Joker, de Todd Phillips (León de Oro en el Festival de Venecia) y Parásitos, de Bong Joon-ho (Palma de Oro en el Festival de Cannes). Son dos obras perturbadoras, incómodas, muy políticas. En ambas los más desfavorecidos, los marginados, acaban rebelándose violentamente. Son hijas de nuestro tiempo, nada complacientes y sedientas de revolución.

Curiosamente, en las dos películas hay un personaje que, por un problema mental, sufre de una risa descontrolada que se le escapa en los momentos más inoportunos. Y las dos obras cuentan con unas interpretaciones de altura; todos los actores de Parásitos están fantásticos, pero lo de Joaquin Phoenix como Arthur Fleck/Joker es de otro mundo. Su actuación es descomunal, un recital increíble. Su risa es brutal, desgarradora. Su voz está llena de matices (ved la película en versión original, por favor). Y cómo se mueve, madre mía. Cuando arquea ese cuerpo escuálido en el baño, cuando baja bailando las escaleras… Qué barbaridad. Por cierto, el de Joker ha sido el disfraz estrella este Halloween. Viéndolo venir, mi quiosquero favorito hace días que lleva el pelo teñido de verde.

Sin duda alguna, Joker Phoenix nos ha conquistado a todos. De hecho, apunta directo al Oscar (que, siendo justos, el actor ya lo tenía que haber ganado por The Master, donde se marcó una de las mejores interpretaciones de la historia, y aquí lo ha vuelto a hacer. Asimismo, Parásitos bien podría llevarse el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Con dolor y gloria lo digo.

*Escritor y cuantacuentos