No comparto la teoría de que las mujeres están gestionando mejor que los hombres la crisis mundial del covid-19. Es verdad que algunas dirigentes políticas, desde Merkel a las primeras ministras de Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia o Taiwán, tuvieron más reflejos a la hora de detectar la pandemia y, sobre todo, a comunicarla y hacerse entender, lo que les ha generado una red de confianza con los ciudadanos que resulta imprescindible a la hora de exigir sacrificios. Es verdad, también, que cualquier comparación con los Bolsonaro de turno sería un mal chiste.

Sin embargo, y solo por poner un ejemplo, Carmen Calvo y Cayetana Álvarez de Toledo revientan por sí solas esta teoría. Se manejan con el mismo exceso de seguridad que los varones y como ellos, ayer, otra vez, se enzarzaron en un estéril cruce de acusaciones sin la menor empatía (santo y seña de las primeras ministras citadas) con quienes están soportando lo más duro de la crisis, con las decenas de miles de españoles que forman cada días las colas del hambre.

Aunque, bien pensado, casi mejor que los ignoren porque acabarían politizando la desgracia ajena e insultando a esa espesa malla solidaria que han creado asociaciones de vecinos, parroquias, fundaciones bancarias y empresarios hosteleros, entre otros. Los bancos de alimentos están desbordados, en una semana de abril acabaron con las 50 toneladas reservadas para tres meses pero, afortunadamente, van reponiendo porque la solidaridad es como un músculo que se potencia cuanto más se ejercita. «No necesitamos pañales ni papillas infantiles, ese capítulo está bien cubierto», explicaban ayer unas voluntarias en una parroquia zaragozana. Todas ellas forman parte del grupo de riesgo, pero allí estaban, componiendo bolsas de alimentos con un listado de familias y necesidades. Estas sí confirmarían la teoría.

*Periodista