A pesar de que la corrupción se ha convertido en una desgraciada rutina en nuestros informativos, las noticias referidas a la familia Pujol no dejan de sorprenderme y de provocar una mayor sensación de malestar. La enumeración de los posibles delitos de los Pujol, la descripción del modo de vida de los hijos del expresidente de la Generalitat, suponen un verdadero escándalo. Escándalo político, por la utilización de un cargo de tal relevancia para el lucro personal, desdiciendo, de ese modo, cualquier pretensión de servicio público y, en este caso, de servicio a su, supuestamente, amada Cataluña, escándalo moral, pues se pone de manifiesto un modo de vida de una avaricia sin límites.

DESDE LAS escobillas del baño del encarcelado ministro del PP Jaume Matas, hasta la colección de coches de alta gama de la familia Pujol, pasando por el yate del expresidente de la patronal, Díaz Ferrán, la corrupción es la expresión más radical de una ética social, la del capitalismo liberal, que hace del éxito personal su seña de identidad. Un éxito medible en posesiones. Erich Fromm, en un recordado libro, establecía la disyuntiva entre tener o ser, una disyuntiva que el capitalismo resolvió hace siglos, decantándose por el tener. Tanto tienes, tanto vales, nos susurra constantemente al oído la ideología dominante. Dicho de otro modo, si no tienes es que no vales. Y de esa manera, quien tiene se convierte, inmediatamente, en modelo social, como ocurrió en los años 90 con el exconvicto, y doctor honoris causa, Mario Conde.

Estoy convencido de que la mayoría social piensa que la corrupción es un mal que hay que extirpar. También sé que el sistema, es decir, los corruptos, quieren hacernos creer que todos somos iguales y que la corrupción acompaña inexorablemente al ser humano. Son muchos los ejemplos que desdicen esa afirmación, mucha la gente honesta de la que podemos hacer glosa, gente que ha podido medrar a la sombra del poder y que ha optado por la rectitud. Porque, evidentemente, se trata de optar, de tomar la opción ética que deslinda a los honestos de los corruptos. Esa es una barrera que también se manifiesta en nuestras sociedades, la que deja a un lado a los honestos y al otro a los corruptos.

Etica y política son dos conceptos inseparables. La ética del neoliberalismo, que busca el medro personal y pisar la cabeza de quien tienes al lado, a quien se ve, exclusivamente, como un competidor, es la que se encuentra detrás del modelo social dominante, defendido por todos los partidos sistémicos. Construir una propuesta política alternativa, una sociedad diferente, pasa por una profunda modificación de la ética social. Porque los cambios sociales, los reales, se construyen mediante profundos cambios en la manera de ver el mundo de las personas. Para abandonar el feudalismo fue preciso acabar con una visión del mundo en la que se entendía que había quienes habían nacido para mandar y quienes habían nacido para servir. Para abandonar el capitalismo es necesario construir un modelo ético basado en la cooperación entre las personas, en relaciones entre ellas que no se cifren exclusivamente en parámetros de economía, rentabilidad e interés personal.

PRETENDER CAMBIAR las cosas produce vértigo. Inmediatamente se plantea una pregunta: ¿por dónde empezar? La respuesta no es tan complicada como pudiera parecer, pues se trata de comenzar por uno mismo, por construirse de otro modo, atendiendo a otros valores, como la solidaridad, la cultura, el compromiso, la justicia, frente al egoísmo, la desconfianza, el consumo banal, los fuegos de artificio. Esa es la primordial tarea política si queremos cambiar las cosas, contar cada vez con más gente en cuya mirada se adivine ya otro mundo. Indudablemente, desmontar este sistema desquiciado que vivimos, exigirá un esfuerzo ímprobo. Por eso, solo desde la convicción de un modo de vida alternativo se podrán afrontar los retos que nos depara el futuro.

Profesor de Filosofía, Universidad de Zaragozahttp://juanmaaragues.wordpress.com