Cuando el coronavirus empieza a dar alguna señal para el optimismo siempre desde la máxima prudencia, una secuela derivada de él hace activar todas las alertas: el año 2020 se ha destruido empleo a unos niveles nunca vistos en el último lustro. Los datos hablan por sí solos: febrero se cerró con más de 87.000 aragoneses en el paro, 20.000 de ellos en el último año, coincidiendo con la pandemia. Esto supone que el 30% de los parados aragoneses son de este último año, sin contar con las personas afectadas por algún erte, que en Aragón son más de 16.000.

Se confirma así la tendencia negativa de los últimos meses y arroja un dato preocupante: Aragón destruye empleo a uno de los ritmos más elevados de España, y solo comunidades donde el turismo es un elemento clave, como Baleares o Canarias, arrojan una pérdida de empleo mayor. De hecho, Aragón es la segunda comunidad autónoma donde ha subido más el paro. Mientras el pasado mes el paro crecía en España a un ritmo del 1,12%, en la comunidad autónoma este ritmo era de más del doble. Es especialmente llamativo el incremento del paro en Huesca y en Teruel, ya que en ambas creció más de un 40% en el último año.

Hay un dato especialmente preocupante, y es que casi la mitad de los desempleados en Aragón son de larga duración, lo cual complica sobremanera su vuelta al mercado laboral y amenaza las economías domésticas de muchas familias.

Con estos datos tan preocupantes, es obvio que a la situación general se le están añadiendo unos problemas concretos que atañen exclusivamente a la comunidad autónoma a los que no se está sabiendo hacer frente. Es de esperar que este sombrío panorama cambie con la llegada de los fondos covid, pero también es urgente realizar un análisis profundo de qué políticas de empleo se deben implementar para frenar esta evolución tan negativa. Es el momento de que las estrategias de reactivación y la unidad política y social vayan más allá y se traduzca en hechos tangibles que reconviertan la situación. Aragón no se puede quedar en los datos positivos de la macroeconomía, porque la economía real, la doméstica, la familiar, está sufriendo mucho y las consecuencias pueden ser muy graves a medio plazo.

También hay que evaluar las fortalezas de nuestro tejido económico, porque si bien es cierto que las restricciones han condicionado estos malos datos, el mercado laboral aragonés no puede estar tan expuesto a una situación coyuntural, por negativa que sea, como lo es esta.