La pereza es el avance de occidente. Ni el piso, ni la segunda residencia, ni el segundo cónyugue ni nada: la pereza es la gran conquista del mundo cartesiano. Tras dar un rodeo de siglos, occidente se acerca a la cuadratura de la elipse: no hacer nada, o lo menos posible, pero mantener la riqueza, el control, el dominio del mundo y sus gentes. Esto, hay que reconocerlo, tiene su mérito. La pereza sola, con miseria o mera supervivencia, ya la disfrutaba o mejor la sufría la humanidad hace siglos. El "me estás estresando" que expresa el anuncio del Caribe podia haber sido una vía intermedia, podía pero no puede, puesto que siempre hay un exceso de miseria, de guerra, de dependencia exterior y desasosiego. La pereza por abajo, por renuncia o impotencia, ya la tenía ganada la ser humano desde que salió de la sopa de amebas, pero no ha pasado de la siesta inquieta, siempre con un ojo abierto y un poco de hambre.

La pereza opípara es el último eslabón del capitalismo. Sólo han accedido a este nirvana terrenal ciertos países, y no todo el censo. El objetivo se sitúa en torno a esa franja de tranquilidad, la conquista del bienestar perdurable, bienestar basado en el control del mundo, y en la seguridad de que ese mundo no nos moleste, o nos importune lo menos posible. Este anhelo, nueva utopía, se ha quebrado. Se rompió el 11-S en Nueva York, y habitualmente revienta en las periferias, pero en Europa ya nos habíamos olvidado. Las periferias son inestables por definición, y Nueva York, tan simbólico y emblemático, ha podido absorber el cataclismo con un concurso para erigir algo más simbólico todavía. Pero Europa seguía impoluta, al margen del nuevo ciclo. La pereza estaba tan conseguida en Europa que aún se preguntan los responsables policiales cómo han podido campar tan a sus anchas unos terroristas que ya estaban medio controlados. Igual que en su día le pasó a EEUU, que no acababa de creerse lo que anunciaban los informes de sus agencias de seguridad: el privilegio de la pereza es ignorar al mundo real, que no lo es hasta que la revienta y se hace un hueco en todos los telediarios.

Con el 11-M Europa ha tenido que admitir a mala gana, impepinablemente, que esa laboriosa aproximación a la pereza, que ya estaba en un grado muy avanzado, se ha terminado, o al menos, en el mejor de los casos, se ha interrumpido.

*Periodista y escritor