Hace bien Feijóo en abstenerse. Últimamente se le estaba poniendo una cara como a lo Landelino Lavilla, que es facha de mal agüero. El trono del PP ya no es ningún chollo. Y luego está el embarazoso tema de aquellas fotos suyas en el yate de un conocido narco gallego. Nunca logró el presidente de la Xunta explicar de forma verosímil aquella amistad peligrosísima. La última vez, cuando habló de ello en la entrevista que le hizo Évole, acabó entre carraspeos con un apabullante «Qué quiere usted que le diga!», capaz de dejar patidifusa a cualquier persona sensible, Claro, habitualmente estos pecadillos estéticos no han sido óbice para que alguien pudiese llegar a ostentar un cargo público relevante (véase, si no...), pero ahora nos hemos vuelto más puñeteros y no sé si aquel viaje en barco no iba a resultar demasiado lastre para un futuro jefe del Ejecutivo español.

En cambio, Pablo Casado, el pepero yeyé, se ha plantado ahí, con sus dudosas licenciaturas y másters. Claro que este proviene de la pomada conservadora madrileña, y ahí no se les ha puesto nunca nada por delante. Además, a Casado nadie le da ninguna chance en el proceso congresual, lo mismo que a Margallo. Así que todo ha de resolverse, salvo novedad de última hora, entre Sáenz de Santamaría y Cospedal. Casi nada. Hay que ver lo jodido que se ha puesto heredar a Rajoy.

Cabe suponer, o no, que al final se imponga el gen unitarista de la derecha española de toda la vida, porque si ni el PP lo va a tener chungo, que Rivera sigue ahí y a Sánchez cada vez se le ve más en forma.

Luego está al absurdo empeño que tienen en Génova y aledaños de identificarse con el conservadurismo más reaccionario, con el canovismo en sus peores versiones y con el franquismo. Por eso andan ahí, refunfuñando otra vez ante la posible (e imprescindible) decisión de privar a la momia de Franco de su monumental revestimiento actual. Semejante apego a los símbolos del más negro pasado rompe con el relato oficial de la Europa contemporánea. Eso también es de lo más raro.