Cuando el presidente norteamericano James Monroe utilizó en 1823 la frase «América para los americanos», para sintetizar la política estadounidense de aquella época, marcó el comienzo de una era de intromisiones e influencias en las distintas repúblicas americanas, que han condicionado durante decenios sus políticas, su convivencia y su desarrollo económico y comercial.

Con casi dos siglos de distancia y realidades muy diferentes, nuevamente un presidente norteamericano quiere condicionar el futuro del mundo. Su grito «América primero», resume en parte la vocación de preservar en su país la mermada hegemonía económica, que no militar, puesta en peligro en un mundo globalizado por el auge y desarrollo de las economías china y europea.

Es un grito de rechazo a la globalización, a sentarse en igualdad con los grandes bloques económicos que le disputan mercados e influencia. Es el grito populista para contentar a un electorado de trabajadores blancos, arrasados por la competencia en sectores privilegiados, cómo el del aluminio y el acero. No es casualidad que la primera medida proteccionista de Trump haya sido en este sector, en el que en 60 años ha perdido medio millón de empleos. Pero ¿qué dirán los fabricantes de automóviles cuando tengan que seguir compitiendo con acero más caro, ¿qué dirá la industria de la construcción cuando encarezca precios y se ralentice la venta de viviendas?.

Dar soluciones fáciles a problemas complejos es perverso para la política, defender el proteccionismo en una economía global es lo menos deseable y a la postre lo más perjudicial para preservar el bienestar y el empleo. Por eso escuchar al ministro italiano Matteo Salvini repetir frente a la UE «Italia para los italianos», es más que preocupante para cualquier europeísta, porque la UE justo es la primera potencia comercial mundial, segunda exportadora y primera importadora, cualquier atisbo de proteccionismo o juegos dialécticos en este sentido es jugar con un bidón de gasolina y una cerilla en la mano.

Más de 31 millones de empleos europeos dependen directamente de la exportación. Empleos de máxima calidad, entre los mejor pagados; más de 600.000 pymes europeas, que emplean a 6 millones de trabajadores ,exportan un tercio del conjunto de lo que venden fuera de Europa.

Es cierto que la globalización ha devaluado condiciones laborales y mermado ingresos en enormes contingentes de trabajadores; como también lo es que sintiéndose desamparados, buscan la protección de su nación, de su reducto más próximo y con la que más se identifican. Pretender superar esta realidad socio económica con el nacionalismo o la xenofobia, es querer sacar agua del desierto tocando el tambor.

Trump, Salvini, o Le Pen han conseguido convertir al comunismo chino en el mayor defensor de la libertad de mercado. Lo gracioso del caso se transforma en llanto cuando supone cabalgar sobre una globalización desbocada, dirigida por una dictadura comunista, con efectos muy perjudiciales para todos.

Es preciso corregir la actual mundialización de la economía combinándola con un mayor y mejor multilateralismo, con acuerdos globales sobre cambio climático ayuden a preservar el futuro, con acuerdos comerciales que garanticen condiciones laborales dignas, con el respeto a los derechos laborales en todo el mundo, con acuerdos internacionales contra la explotación infantil, con acuerdos sobre la movilidad de las personas y las migraciones, evitando hambrunas, garantizando educación y sanidad para todos. En fin eliminando la espoliación de territorios para beneficios de multinacionales sin escrúpulos.

Los beneficiOS de las grandes corporaciones han sido inmensos en estos años, redistribuir beneficios es la única opción que nos queda para garantizar el actual bienestar. No podemos escandalizarnos con el auge de los populismos y los nacionalismos, y mirar para otro lado. Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha denunciado ya que la participación en los ingresos de los trabajadores ha pasado de suponer el 50% de la renta total a principios de este siglo a menos del 40% en 2015.

Porque el proteccionismo y la teoría del libre mercado son los polos opuestos de una realidad, no es la solución, pero seguir igual tampoco. La desafección que actualmente vivimos con las instituciones y el sistema democrático, tiene mucho que ver con el empobrecimiento de las clases medias y con el miedo al futuro. Germen histórico de los demonios europeos.