Mucho se habla y celebra estos días acerca de la radio, extraordinaria invención que tanto auge ha alcanzado desde que Marconi realizara la primera transmisión inalámbrica de una señal, allá por 1897.

Poco más de un siglo, pues, ha bastado para subrayar el enorme desarrollo de un medio, al que primero la televisión y más tarde las redes sociales han querido sepultar. Y es que la radio junto con la prensa diaria ocupan un nicho indiscutible e insustituible en la comunicación social, en especial cuando se trata de todos aquellos temas alejados de la banalidad cotidiana propia de los medios de máxima popularidad. Pero para afirmar su difícil supervivencia, la radio se ha visto obligada a evolucionar y adaptarse a nuevos tiempos y audiencias; buena muestra de ello es el éxito de espacios de divulgación científica, como 'A hombros de gigantes', en Radio Nacional, o, más cerca,' Agora', en nuestra emisora autonómica.

De la mano de Manuel Seara el primero, y de Marcos Ruiz el segundo, no deja de maravillar el sorprendente beneplácito logrado por una programación que, en esencia, trata de aproximar al gran público unos temas poco accesibles, de por sí dominio reservado a especialistas y eruditos, aunque en la actualidad también empiezan a colarse incluso en cadenas generalistas, a menudo acompañados de cierto morbo y parafernalia amanerada.

La pandemia y el afán por conocer más sobre el covid-19 han supuesto un potente catalizador en la notoriedad de este tipo de programas, donde también se ha recogido con profusión la presencia femenina, honrada recientemente a través del Día Internacional de la Mujer y de la Niña en la Ciencia. Por fortuna, el protagonismo antaño simbólico de la mujer en estos campos se ha normalizado, hasta dar por fin término al perenne ostracismo que padecía. La radio, una vez más, da fe de ello.