Reconozco que estoy hecha un lío. Confusa. Inquieta. Ya no sé si la realidad son los informativos que nos explican cómo va la cosa o las películas de evasión, 'thrillers' y algunas series (pocas) en las que me zambullo sin compasión. El cine tiene esa maravillosa ventaja: durante dos horas te evades de todo y vives una realidad que capta los sentidos. Luego, cuando apagas la tele y te ocupas de otros asuntos o te vas directamente a la cama, entras en el mundo de la ficción. Ese mundo casi irreal en el que estamos atrapados.

Desde hace semanas yo vivo la realidad como una ficción que me envuelve y de la que de momento no puedo escapar. Las calles de las ciudades vacías y en silencio, a plena luz del día, dan una sensación de película de ciencia ficción o de terror. El paisaje urbano resulta ordenado, sin contaminación, hermoso en su tristeza infinita. Una nueva plaga se expande por el mundo y debemos salvarnos encerrados en nuestras casas hasta que todo pase. Hasta que el invasor invisible sea exterminado y lo seres humanos dejemos de contagiarnos los unos a los otros.

Esta película de ficción ha cogido a los países más poderosos y desarrollados en pelotas. Sin las inversiones necesarias para investigar, conocer y remediar una guerra mundial contra unos puñeteros microbios que se transmiten por el aire. Desde el Ébola no se ha aprendido la lección; entre otras cosas porque aquella realidad pasó en África. Y por suerte no se extendió a otros continentes. Ahora vemos nuevos capítulos en los que los humanos salen a la calle de uno en uno —solo para alimentarse—, van tapados con mascarillas y guantes, deben hacer fila para todo, guardando dos metros de distancia, y no pueden tocarse.

La autoridad competente es la que dicta las normas para que el caos no se adueñe de los habitantes del planeta. La gente vive confinada y, según donde haya tocado la alarma, no se pueden reunir ni estar juntos los padres con los hijos. Solamente a través de una realidad virtual en pantallas de ordenador o de móviles. La vida se reduce a lo más básico y la libertad queda sometida a la supervivencia.

No queremos seguir viendo esta ficción que supera la realidad. Estamos deseando que llegue el final y que a los buenos se les dote de los medios necesarios para acabar con el mal. Y los hospitales vuelvan la normalidad. Sabemos que el final será recibir a los héroes con lágrimas en los ojos y aplausos incontenibles en las manos. Mientras esto ocurre, en la ficción obligada en que vivimos, me sumerjo en una realidad curativa para soportar mejor cada día. La desconexión surge en las historias que nos cuenta el cine con su lenguaje realista, en las aditivas páginas de los libros y en la música que nos gusta oír. Así nos sentirnos acompañados y sedados en esta realidad paralela que nos ha tocado vivir. La trilogía en tiempos de crisis está a nuestro alcance: música, libros y cine. Una realidad que nos calma la ansiedad en esta larga espera.

*Periodista y escritora