AMarta Fernández la vemos, o pueden ustedes verla, en las Noticias de Cuatro.

Diariamente, la periodista y presentadora introduce un telediario que, personalmente, me agrada ver. Menos envarado, más directo, contundente... Además de una buena presencia, su conductora conoce el oficio de la comunicación y emana honestidad, además de la impresión de tener juicios propios. En dos palabras, o en cinco: no es un busto parlante.

Marta Fernández es también noticia porque acaba de presentar su primera novela, Te regalaré el mundo (Espasa). Novela que he leído con atención porque, aunque seguro que se va a vender muy bien, no es un best-seller al uso, sino realmente un texto que exige concentración.

La trama, sumamente original, y envuelta siempre en un halo de misterio, acaba revelándose como una especie de juego de espejos donde episodios del pasado, del siglo de la Ilustración, mezclan sus luces con las oscuras dudas de una serie de personajes contemporáneos, jóvenes vocacionales del periodismo y de la literatura.

Las acciones argumentales irán transcurriendo en paralelo entre los siglos XVIII y XXI hasta que nos demos cuenta de que los espejos no están colocados paralelamente, y de que entre sus brumosos reflejos comienzan a vislumbrarse figuras como Descartes, el filósofo de la lógica, o Farinelli, el más famoso de los castrati. Y también, al fondo del relato, científicos, astronautas, inventores de la bomba nuclear y de la física cuántica...

La novela mezcla personajes de ficción con otros que existieron realmente. Ficticio es, por ejemplo Héctor de Rossum, relojero, científico e inventor de androides mecánicos, precedentes de nuestros robots. Pero su dieciochesco antagonista, Ferdinand de Nizet, otro relojero y hombre de ciencia, existió realmente.

Sobre esas y otras muchas piezas y engranajes, la novela de Marta Fernández va girando y urdiendo un juego de ideas que acaban pesando en la esencia de sus protagonistas, invitándoles a reflexionar en sus personalidades y destinos, herencias y albedríos. Llegará el punto en que la narración detenga el reloj existencial, espiritual, de una y otra época, tratando de poner en hora la revisión individual de una serie de seres atrapados en mecanismos invisibles, esbozando para ellos nuevos mundos por regalar.