Como dijo el excelso Chateaubriand, los hombres de opiniones opuestas hacen mucho ruido para llegar al silencio.

Ese ruido y esa furia que vemos y oímos en las refriegas parlamentarias, en los debates de la Nación, de la Comunidad o de la Ciudad, suelen concluir en el silencio administrativo de una estructura política, la nuestra que hace mucho tiempo no funciona.

Acabamos de verlo, por ejemplo, en el reciente debate de Zaragoza, donde los grupos mayoritarios, PSOE y PP, han sido incapaces de presentar un mínimo lote de proyectos comunes para beneficio de los zaragozanos. Los acuerdos entre Juan Alberto Belloch y Eloy Suárez, que sí han hecho ruido en sus debates, acusaciones y réplicas, pueden contarse con los dedos de una mano. Pero es que en el Gobierno de Aragón Luisa Fernanda Rudi y Javier Lambán tampoco han cerrado, en plena crisis económica, un pacto de mínimos contra la recesión, la corrupción, el desempleo, la caída de los sectores turísticos y de la construcción, el lindano, la universidad... Luchan dialécticamente, se defienden y atacan, levantan ante sí una polvareda de palabras para, como ya advertía Chateaubriand en el II tomo de sus Memorias de Ultratumba, escrito hacia 1820, llegar al silencio.

En el fondo, ni Lambán ni Belloch, ni Rudi ni Suárez hacen otra cosa que lo que han visto hacer en el Congreso de los Diputados a Mariano Rajoy y a Alfredo Pérez Rubalcaba, primero, y a Soraya Sáenz de Santamaría (que es la que de verdad gobierna) y a Pedro Sánchez después. Rifirrafe verbal, pirotecnia dialéctica, estentóreas amenazas que en nada quedarán, antiguos reproches cuyas causas ni siquiera se recuerdan y a tomar el vermut en el bar del Congreso. Un poco como esos actores que, después de matarse en escena, fuman en el camerino un cigarrillo con su víctima.

Pero el público, el votante, no es tonto, y comienza a plantearse si, además del lucro individual y colectivo establecido por la vía de financiación de los partidos (asunto que no se trata en el portal de transparencia), no habrá otra clase, más sutil y extendida de corrupción; la del gobernante que no gobierna, que no actúa, que no genera actividad ni riqueza. La corrupción del vago, del inepto, del político mequetrefe que sólo cobra por hacer ruido con las palabras. A éstos los juzgarán las urnas.