No es ese un atributo del que andemos sobrados en esta tierra. Desconozco las razones antropológicas --si las hay-- que impiden a los aragoneses anteponer habitualmente lo que les une a lo que los separa. No sé por qué preferimos dar preferencia a los aldeanismos disgregadores y la insolidaridad sobre la colaboración y la búsqueda de metas comunes. Ignoro, en fin, qué causas profundas motivan la habitual pasividad de nuestras gentes y la general esperanza en la caída del maná ajeno.

Pero se puede y se debe cambiar. El acuerdo de principio entre las autoridades regionales y las dos cajas de ahorros confederadas con sede en Aragón para financiar modernas infraestructuras de comunicación es un síntoma alentador de que otro Aragón es posible. De que es factible torcerle el brazo al escepticismo y la indolencia habituales y comenzar a juntar fuerzas --ahorro, administración y proyectos-- para superar desventajas de equipamiento que tienen un carácter limitativo histórico.

El tradicional desencuentro entre intelecto, política y empresa --tan propio de regiones civilmente atrasadas-- ha sido, desde el siglo XVIII hasta nuestros días, uno de los factores fundamentales del declive de Aragón. Ahora, la buena sintonía de un consejero excepcional --estoy hablando de Eduardo Bandrés-- con los responsables de unas entidades financieras que tienen sensibilidad y sincera vocación de servicio abre una puerta a la esperanza. Los aragoneses podemos y debemos trabajar unidos. A ello.

*Periodista