La Expo la hemos ganado todos, nos dicen los políticos. Los impulsores de la candidatura, por su audacia; el equipo del embajador especial Paz Agüeras, por su fuerza; los ciudadanos, por su calor; los voluntarios, por su apoyo explícito; los medios de comunicación, por su difusión; los colectivos sociales, por su adhesión; las empresas, por sus aportaciones económicas; los partidos, por su consenso; las instituciones locales y autonómicas, por su empuje; el alcalde Juan Alberto Belloch, por su determinación; su antecesor, José Atarés, por su valentía; el presidente del Gobierno aragonés, Marcelino Iglesias, por su vehemencia.

Pero si de bien nacidos es ser agradecidos, desde Aragón conviene decir alto y claro que la clave final del éxito, amén de la visión de futuro de Belloch, ha sido la apuesta del Gobierno de España por Zaragoza. El despliegue diplomático que comenzó la pasada legislatura ha sido redoblado en los últimos meses coincidiendo con el relevo en el Gobierno y la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al poder. Sería absurdo y gratuito especular en este momento sobre si la intensidad del trabajo internacional hubiera sido la misma o no de mantenerse José María Aznar en el poder. Ahora bien, a un Ejecutivo que en sólo unos meses ha derogado una ley perversa que amparaba el trasvase del Ebro, que ha firmado con la ciudad un protocolo inversor de 1.500 millones en tres años y que, a la postre, ha logrado que la ciudad organice un gran acontecimiento internacional merece un reconocimiento público y sin tapujos. El 2004 es un año de renacimiento para Aragón.

La importancia del 16-D en París no sólo radica en la designación final del Bureau International des Expositions para organizar la Expo, sino en la enorme dosis de autoestima que ha insuflado a una ciudad que buscaba un espacio en el espectro de las ciudades medias españolas y europeas. Esa fecha histórica para la ciudad debe suponer un antes y un después, donde las actitudes victimistas queden definitivamente despejadas. El Estado, pues el rey Juan Carlos ha sido el principal agente diplomático de la candidatura zaragozana, y el Gobierno, con la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega como abanderada de lujo, han confiado más que nunca en el potencial de Zaragoza. Desde la Constitución de 1978, Aragón venía mirando a sus vecinos regionales con envidia y a Madrid con recelo, al margen de cuáles fueran los partidos gobernantes aquí y allí. El concepto 2008, sin trasvase y con Expo, rompe esa inercia y obliga más que nunca a que demos lo mejor de nosotros mismos.

De entrada, compromete la búsqueda de alternativas. La Expo del 2008 no es un cheque en blanco, ni debe soslayar la crítica en la acción pública cotidiana. Simplemente marca un cambio de ciclo. Un momento en el que se quiebran los modelos de conducta social, económica y política que han venido presidiendo, a veces contaminando, el discurso de Zaragoza y de Aragón. La obligación de los rectores públicos consiste ahora en garantizar la participación ciudadana sin frenar el ritmo frenético que ha de emprender la ciudad si quiere llegar al 2008 con los deberes hechos. La misión es difícil, pero no imposible, y acaso sea el momento de pensar en un amplio foro que permita esa participación necesaria pero nunca paralizante.

Además, la Expo ha colocado a Zaragoza en el mundo, pues ayer fue noticia en centenares de periódicos de los cinco continentes. Ahora toca fortalecer la marca de la ciudad, y la propia candidatura la ha puesto encima de la mesa: el agua. La aspiración profunda, pues la Expo dura lo que dura, no debe ser otra que convertir a la capital aragonesa en una referencia mundial en materia hídrica. La riqueza acuática del valle del Ebro, entendido en su conjunto, desde el nacimiento del río hasta su desembocadura, es ahora el valor de futuro de la ciudad. En otras muchas ciudades hay plantas de ensamblaje de automóviles, y plataformas logísticas, por poner dos ejemplos de los auténticos motores de la economía aragonesa. Pero una ciudad necesita otras referencias más conceptuales y diferenciadoras. El 2008 está llamado a ser el de la consagración de Zaragoza como lugar de encuentro, investigación y desarrollo de la cultura del agua.

Hasta el jueves, Zaragoza era la ciudad acogedora, hacendosa, honesta, industrial, trabajadora y vehemente de las últimas décadas. A partir del 16-D debe ser otra. 57 países nos dijeron que teníamos capacidad para garantizar la primera Exposición Internacional temática del siglo XXI. Y no podemos fallarles ni a ellos ni a nosotros mismos.