Pensaba anoche, mientras saboreaba las últimas horas libres del domingo y veía por undécima vez un reportaje sobre la boda del siglo, que el enlace de los Príncipes de Asturias se ha convertido en un filón informativo interminable. Se ha hablado en corrillos y alfombrados despachos de la mala retransmisión de TVE, la escasa representación iberoamericana, el diluvio que deslució el evento, el tamaño de las pamelas y la borrachera del impresentable y millonario marido de Carolina de Mónaco. Y cuando estábamos en eso, en lo del análisis concienzudo, la pareja nos sorprende con un paseo por el ruedo ibérico, y el pueblo, que es muy sabio, los apretuja emocionado al ver de cerca lo que TV no supo captar, la complicidad y el amor que les une. Una de las Comunidades elegidas por los Príncipes para recibir un baño de multitudes fue Aragón. Aquí es donde más tiempo estuvieron y, en Zaragoza, donde mayores muestras de afecto recibieron, aún a riesgo de su integridad física. Pero aunque la boda ha sido y seguirá siendo "la noticia", el homenaje que, un año después de la tragedia, recibieron en Turquía los 62 militares muertos en el accidente del Yakolev 42 ha servido para demostrar que los españoles no hemos estado a la altura de las circunstancias. Turquía nos ha dado una lección, pero aún estamos a tiempo de lavar nuestras vergüenzas. Que se investiguen las circunstancias que rodearon el accidente y que se depuren responsabilidades, si las hubiere. Ese es el mejor homenaje que podemos ofrecer a las víctimas y a sus familias. *Periodista