En mi sueño viajo en un autobús de línea junto a unas veinte personas, que forman una mente conjunta e impenetrable. Llega mi parada y me bajo del autobús desligándome de la gente. Entonces veo mi casa, totalmente destrozada, demolida por completo, con la bola de plomo de la grúa del ayuntamiento todavía pendiendo del cielo. Aterrado, recuerdo que se me olvidó pagar el alquiler.

Grito desesperado y me despierto de golpe dando un bote (es un mecanismo de defensa, lo sé). Me tumbo resoplando en la cama y entra volando por la ventana abierta una lucecilla amarilla, trazando círculos en el aire. «Una luciérnaga», me digo asombrado. Vuela grácilmente por encima de mi cama, posándose al final en la pared. «Es hermosa», pienso mientras tomo uno de mis zapatos del suelo. Y lo estrello con fuerza contra la pared; el bicho queda aplastado contra la suela. Dejo el zapato en el suelo e intento de nuevo conciliar el sueño. De pronto, entra un hombre volando por la ventana. Sí, veo entrar la silueta de un hombre. Asustado enciendo la luz, y veo al pie de la cama a un joven con cara de niño travieso, ataviado con un extraño traje verde. «¿Quién eres?», pregunto acobardado. «Peter Pan», responde. «¿Peter Pan?», repito asombrado. «Sí», sonríe, orgulloso sin duda de que lo conozca. «¿Y para qué has venido?», le digo, deseando que sea para que se me lleve a volar por ahí. «Estoy buscando a Campanilla», explica, «¿no habrá entrado aquí?». Trago saliva y miro de reojo el zapato del suelo. «No, no ha entrado», respondo. «Vaya, siento haberte despertado», se disculpa Peter Pan, muy educado, y sale volando por la ventana a buscarla.

Sin embargo, yo tengo la certeza de que no la encontrará nunca jamás.

*Escritor y cuentacuentos