Las teles deberían ser un instrumento cultural, de ordenación territorial y de la identidad del lugar al que pertenecen, ventanas al mundo para comprender lo diferente, cunas de creación para cineastas, actores o músicos, y vehículos para el debate; al menos las públicas. Pero no lo son. Algún malvado nos hizo creer que todo esto es un tostón incompatible con la diversión y nos lo hemos tragado con el resto de la mierda televisiva que se expande por el mundo. Y es falso. Escasas excepciones lo demuestran. Por eso, quienes nos alegramos con la llegada de la tele autonómica y somos inasequibles al pesimismo, esperamos que esta vez se hagan realidad las características de una tele pública: que no copie el desastre de manipulación y derroche de la tele valenciana o la cutrez de la andaluza; que represente y sirva a todos los aragoneses; que sea escuela y plataforma de lanzamiento de la cultura nacida aquí, de cientos de artistas y técnicos sublimes que ahora vagan por pasillos ajenos; que sirva a la información y realidad cotidiana de una tierra que se desconoce entre si; y que olvide los favores a los grupos políticos y mediáticos. Que sea pública y no de la administración, que no es lo mismo. *Periodista