Después de una campaña electoral peculiar en plenas vacaciones de Semana Santa, el temor a que el domingo la extrema derecha de Vox logre un gran resultado electoral (o, incluso, que sea decisiva para formar un tripartito de derechas) centra el debate político. Una ley obsoleta prohíbe publicar encuestas estos días, pero los sondeos se han seguido haciendo, y en los mentideros, las reuniones de estrategia de los partidos y las redes sociales corren informaciones más o menos interesadas que alertan de que la formación de Santiago Abascal puede lograr un gran resultado. Hay algunos datos objetivos que sustentan esta idea, como la multitudinaria asistencia a sus últimos mítines en ciudades como Sevilla, Valencia y Madrid, o que el candidato del PP, Pablo Casado, hablara ayer abiertamente de un acuerdo de Gobierno con la ultraderecha que el mismo líder popular, de forma cuando menos sorprendente, llamó «trifachito».

Vox ha sido la amenaza fantasma de esta campaña, alejada de los debates por decisión de la Junta Electoral Central y con una estrategia de comunicación política alejada del estilo clásico. Su irrupción es similar a la de otros países europeos, aunque con matices diferenciales: se nutre de un conflicto interior (Cataluña) más que de la inmigración, vive del conflicto cultural permanente con el progresismo y goza de legitimidad gracias al irresponsable pacto de gobierno con el PP y Cs en Andalucía. Si en el resto de Europa la derecha tradicional aísla a los ultras, en España PP y Cs han pactado con ellos y han abrazado gran parte de su discurso y de su estilo bronco. En el resto de Europa se ha probado que asumir los argumentos de la ultraderecha para intentar derrotarla es un colosal error que solo contribuye a alimentarla. Eso es justamente lo que ha hecho la derecha española, inmune a les lecciones del resto de países europeos, en estado de choque por la moción de censura con la que Pedro Sánchez derrocó a Mariano Rajoy. Sánchez ha apelado hasta el último segundo de la campaña al voto útil y la movilización para frenar al tripartito de derechas. Las urnas dictaminarán el éxito de una estrategia basada en el miedo a los ultras y debilitar a Podemos. Pero en el mar de incertidumbres ante el 28-A, hay una certeza: por primera vez en democracia, la ultraderecha vuelve. La única duda es cómo y cuánto. Pésimas noticias en tiempos tan críticos.