Las distancias de seguridad marcadas en las terrazas generan la confianza de que los vecinos de mesa no escuchan lo que hablamos. Y a veces, cuando esperas que llegue la persona con la que has quedado a tomar un café, no puedes evitar entrometerte en las conversaciones ajenas. Me ocurrió ayer mismo. Junto a mí, una pareja de hombres charlaba del monotema sanitario. Y uno de ellos argumentaba que la medicina y la ciencia avanzan tanto y tan rápido que para casi todo hay remedio en esta vida. Te rompes la cadera, te ponen una prótesis. Te fracturas un brazo o una pierna, ahí están los clavos y los tornillos. Necesitas una transfusión, hay un Banco de Sangre que te la suministra... te trasplantan todo ¡hasta de cara se hacen ya en el mundo!, exponía con entusiasmo. Como según su análisis el cuerpo humano tiene repuestos para todo, concluyó que todos moriremos de lo mismo. Sin especificar más.

Esta intrusión en un monólogo aderezado por unos vinos me llevó a reflexionar sobre informaciones que en estos días me han causado cierta inquietud. La primera, la estadística sobre la donación de órganos publicada hace unas semanas. Me sorprendió negativamente que Aragón haya pasado en un año de encabezar el ránking de solidaridad del país a ser en el 2020 la segunda autonomía con menos donaciones. En general, España que se sitúa muy por encima de los países de nuestro entorno, también ha acusado, según los responsables de la Organización Nacional de Trasplantes, el efecto pandemia, aunque el efecto contrario se haya producido, afortunadamente, en las intervenciones infantiles.

Y la segunda noticia que me dejó pensativa fue la relacionada con el cáncer. Que a lo largo del pasado año haya disminuido entre un 30% y un 40% la detección de nuevos tumores significa que ha habido muchos diagnósticos tardíos, con lo que ello implica para el paciente y su tratamiento.

¿Ha sido tal el miedo que nos han metido al contagio que hemos minimizado síntomas peligrosos? ¿Ha sido contraproducente ese mensaje de no acercarse a un centro de salud si no era estrictamente necesario? ¿Qué es estrictamente necesario? ¿Se puede diagnosticar con fiabilidad a una persona sin un contacto visual? ¿Está siendo útil la consulta médica por teléfono? ¿Realmente ha descongestionado a los sanitarios o ha sobrecargado sus jornadas aún más? ¿Cómo quedará la sanidad cuando salgamos de esta?

En estas se devanaba mi mente cuando volví la vista al teórico de la mesa de al lado, que seguía monologando con la mascarilla colgando de la muñeca, preguntándome a mi misma si en los minutos de desconexión, él habría dado con la solución perfecta a todos los males que nos aquejan. Me desencantó aseverando que la culpa de todo es de la improvisación de los gobernantes, que no tienen ni idea de lo que se llevan entre manos, ni en España ni en ningún sitio, que nos usan de cobayas, que solo salvan su sillón... que... que... que...

Y en un segundo se cargó su propia disquisición de que el cuerpo humano ya dispone de repuestos para casi todas sus averías y todos moriremos de lo mismo.