No hubo morros, esta vez, de Aznar para Zapatero. Todo lo contrario. El encuentro en la Moncloa para ultimar el traspaso de poderes estuvo presidido por la cordialidad y a ninguno de los dos se le atragantó el desayuno con el que el aún presidente del Gobierno en funciones obsequió a su adversario, el líder del PSOE. Un Aznar sonriente recibió a su interlocutor en la puerta del vehículo, deferencia que hasta ahora estuvo reservada a unos pocos. Exclusivamente a los que eran de los suyos. ¿Qué había ocurrido para que el anfitrión mostrara unas formas que en ocho años no se le han visto con dirigentes de la oposición, a los que frecuentemente ha tratado de manera despótica y desconsiderada? ¿El ángel de la convivencia y la alternancia política le iluminó, en un día de tanta trascendencia, pues los ojos de la ciudadanía estarían puestos en el caserón que cambiará de inquilino? El columnista tiene la impresión de que alguien debió de recomendar a Aznar una atenta lectura del Manual del Buen Perdedor para los Días de Traspaso de Poderes , de gran utilidad para políticos creídos de sí mismos y arrogantes. Para que todo marche sobre ruedas, los ministros entrantes recibirán un informe detallado sobre el departamento de los que cesan. Igual que ocurre en los países organizados, en los que se gobierna, y no se manda, como ocurre aquí, lo cual acostumbra a ponerse en práctica con frecuentes sustos de los que no piensan igual. Si a ultimísima hora la derecha ha rectificado y se ha dado orden de que cambie el talante de los que se van, lo hay que celebrar. Por algo se empieza. ¿Es que el país empieza a hacerse maduro? *Periodista