Llegan las vacaciones y también para los profesores de los diferentes niveles académicos. Sostienen muchas familias el carácter excesivo del asueto profesoral y estudiantil. Convengo en que los discentes disponen de mucho tiempo de asueto, y no parecería mal establecer mecanismos útiles para que su formación pudiera completarse (disfrutando al aire libre, en encuentros donde las actividades físicas, ciencias de la naturaleza, la igualdad de sexos, las charlas de carácter cívico, ¿el estudio de idiomas en el extranjero? etc. se convirtieran en complemento ideal del curso normal) durante algunos días del verano. Para ello hacen falta medios económicos y la firme voluntad de las autoridades políticas, que deberían ampliar dotaciones y presupuestos, de suerte que tales eventos no corrieran a cargo de los sufridos bolsillos de los padres. Pero otra cuestión muy distinta es el caso de los docentes, sometidos a una fuerte presión psicológica tanto por el carácter de su trabajo (un padre, en su domicilio, enfrentado a la dura tarea de educar a sus hijos, sabe las cuitas que ello conlleva. Imagínense toda una jornada laboral con veinticinco chavales cada hora), como por una evidencia insuficientemente explicada: las horas de trabajo que se realizan fuera de jornada laboral. Además, buena parte de las vacaciones se emplean justamente en realizar cursillos formativos, trabajos de investigación y, también, unos cuantos días, para oxigenarse, que la profesión con mayor incidencia de probemas psicológicos es, no por casualidad, la docente.

*Profesor de Universidad