La La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, muestra hoy en estas páginas el apoyo cerrado del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero a la candidatura de la Expo 2008. La discreción propia del momento, con la diplomacia española trabajando a fondo por la nominación, justifica la falta de detalles concretos en las respuestas a la entrevista que hoy le ofrecemos, pero la número dos del Ejecutivo socialista se muestra plenamente convencida de sus palabras. Transmite seguridad y rotundidad cuando es interrogada por el compromiso con la candidatura, y por poner un ejemplo, es explícita cuando se le pide opinión acerca del gran despliegue de medios de nuestros rivales italianos en la carrera por la designación. Si para Berlusconi la Expo 2008 se ha convertido en algo personal, para Rodríguez Zapatero también, viene a afirmar la vicepresidenta. Respuesta que no merecería más comentario si Fernández de la Vega no fuera una mujer que en la distancia corta acentúa esa imagen de liderazgo y convicción que sólo destilan las personas que mandan de verdad, es decir desde la autoridad moral y no sólo desde el cargo que ocupan, al margen de que se compartan o no sus objetivos, sus ideas y sus formas de actuar.

En este contexto, y con la vicepresidenta del Gobierno incorporada en la primera fila de la carrera por la Expo, resulta tristemente llamativa la escasa trascendencia del proyecto zaragozano en el conjunto de la sociedad española, al tratarse de un tema de Estado. Esta circunstancia viene motivada en gran medida por el silencio informativo de los grandes medios nacionales en torno al proyecto, denunciable ahora que faltan menos de dos meses para que el BIE elija al país que deberá organizar el evento internacional dentro de tres años y medio.

La sociedad española puede estar ya saciada de grandes proyectos, pero ¿por qué los grandes medios generalistas están en silencio? Para entender este flagrante vacío, sólo se pueden poner sobre la mesa cuatro posibilidades: que vivamos en un Estado informativamente asimétrico, en el que sólo parecen importar las cuestiones de unos pocos salvo que provoquen confrontación, que la propia candidatura, responsable en último extremo de vender las excelencias del trabajo previo realizado en el proyecto Zaragoza Expo 2008, no pueda o no quiera buscar más repercusión, que en realidad no se esté trabajando tan a fondo como se nos dice y por tanto no haya que fomentar las expectativas para evitar frustraciones posteriores, o que en último extremo el Gobierno no tenga interés por ampliar el eco de la candidatura para evitar el desfile de otros responsables locales formando cola petitoria para pedir apoyo a proyectos de este calado.

Se puede pensar en la interrelación de estos cuatro factores, pero después de observar y analizar durante meses el proceso que puede conducir a Zaragoza a organizar la Expo el más determinante es sin duda el primero: la asimetría informativa. De hecho, esta misma semana encontramos por contraste un ejemplo muy ilustrativo al respecto de los temas aragoneses que merecen atención informativa desde Madrid. Sólo unos días después de que pasara totalmente desapercibida la visita de la propia vicepresidenta a países asiáticos, al menos en lo referente a la petición de voto para la Expo, hemos visto cómo el único asunto aragonés que parece importar en el exterior es un tema claramente menor y de escasa trascendencia futura: el debate sobre la supresión de cuatro cabezas de moro del escudo autonómico. Sinceramente, son importantes las formas y los símbolos, y el presidente de la comunidad, Marcelino Iglesias, debe atender la sensibilidad de cualquier colectivo que pueda sentirse agraviado. Ahora bien, con lo que nos estamos jugando para el futuro, lo verdaderamente importante para Aragón este otoño son otras cuestiones. La Expo, sin ir más lejos, o unos presupuestos generales del Estado que den respuesta a las necesidades de la comunidad, o una GM España fuerte y competitiva que no se vea laminada por la crisis internacional del grupo automovilístico. Pero no, los problemas de Aragón a los ojos de un madrileño, un catalán o un gallego se resumen esta semana en los efluvios de la batalla de Alcoraz, librada hace 900 años. Porque... para que la comunidad se convierta en un eje de seguridad, prosperidad y desarrollo, como preconiza el presidente aragonés, la heráldica es residual.

Por repercusión informativa, esta semana, Aragón ha sido noticia por un motivo parecido al del pueblo sioux norteamericano, dicho esto con todos los respetos hacia esta etnia y hacia sus problemas. El mismo día que llegaba al escenario nacional la voluntad de la DGA de estudiar el cambio del escudo, un líder de esta tribu norteamericana emprendía una cruzada en París para que se cambie el nombre al establecimiento nocturno Crazy Horse , según nos contaba el martes algún periódico que hacía probablemente meses que no informaba de las cuestiones que afectan a este pueblo, si es que lo ha hecho alguna vez. Como los indios encuentran ofensivo que un local de destape tome el nombre de uno de sus jefes legendarios, que fue capaz de vencer al general Custer, desde Aragón hemos dado la imagen de que nuestras preocupaciones son también conceptuales y simbólicas.

La autoestima, el optimismo y la mirada esperanzada de los zaragozanos y los aragoneses precisa del reconocimiento exterior de nuestras expectativas y de nuestros problemas, pero de los reales, no de los que nos creamos nosotros mismos. Y la Expo, según lo que pase en los próximos 50 días, puede ser ambas cosas: una expectativa cumplida o un frustrante problema.