El primer día de clase el maestro siempre mandaba un resumen de las vacaciones en un folio por una cara. Este era su método de descompresión, su forma de hacernos (y hacerse) más fácil la transición entre el ocio y el estudio. Las vacaciones de este año se han parecido mucho a aquellas redacciones infantiles. Superando mi fobia al sol y la arena playera, y siguiendo la mejor tradición aragonesa hemos viajado hasta la costa de Tarragona con el objetivo de que los niños descubrieran una de las mejores cosas del mundo: el mar Mediterráneo. Todo sigue igual en Costa Daurada, con su heterogénea mezcla de maños, franceses e ingleses. Es increíble el efecto igualador de lo hortera, en chanclas todos nos comportamos igual. También somos iguales ante el dolor más desgarrador. Los telediarios nos traen hasta el salón de estar la espeluznante tragedia rusa. El otoño este año llega más frío que nunca. Sin solución de continuidad, pasamos de la tumbona a la cruda realidad, que ahora se parece al guión de una mala película, pero sin un final feliz. Este año va ha ser muy duro, el curso comienza con un septiembre negro.

*Músico y gestor cultural