Ha sido una de las grandes adquisiciones en propiedad del Real Zaragoza en esta interminable y angustiosa etapa en Segunda División. Uno de los principales aciertos de Lalo Arantegui al frente de la dirección deportiva. Supo estar al quite, ágil y solvente para convencer a Cristian Álvarez de que La Romareda era el mejor lugar para retomar una carrera profesional que el arquero argentino había interrumpido por razones personales dos años atrás. De la montaña, Cristian bajó al valle y se puso a guardar las llaves de la Puerta del Carmen en el verano del 2017.

Sus tres primeras temporadas fueron tremendamente fructíferas, con un nivel sobresaliente, una agilidad bajo palos extraordinaria, notable siempre en las intervenciones de máxima dificultad, en el uso del cuerpo para tapar portería, con una capacidad innata para activar los reflejos y empequeñecer un espacio de dimensiones considerables, más de siete metros de largo y casi dos y medio de alto. Por sobrados méritos, alcanzó la categoría de ídolo y a su figura le rodearon habitualmente calificativos amables. Se convirtió en una especie de ángel de la guarda, que acudía al rescate en la última de las instancias. Si todos fallaban, estaba él para solucionarlo. Su popularidad creció justamente y de manera exponencial. Incluso se activó el debate de si era el mejor guardameta de la historia del Real Zaragoza. Una discusión, por supuesto, vacía de realismo histórico pero propia de esta era cortoplacista y superficial.

En su cuarta campaña en el club, la que el equipo vive peligrosamente, Cristian Álvarez está mal. En su nivel más bajo desde que viste la blanquilla. A sus 35 años está cometiendo errores importantes y han decaído la seguridad en sí mismo y la que irradia hacia el resto. Él mismo tuvo la serenidad y la altura de reconocerlo en su última aparición pública. En los dos últimos partidos, dos fallos suyos, el primero contra el Alcorcón y el segundo en Oviedo en colaboración, entre otros, con Jair, han costado dos derrotas en un momento de la Liga muy peligroso.

Alrededor de sus 1,85 metros se construyó tal reputación, su figura se idealizó de tal manera que será difícil que vuelva a ser exactamente lo que fue porque alcanzó un techo muy elevado. En un momento decisivo, el Real Zaragoza está flaqueando de manera importante por los extremos de su columna vertebral. Por la delantera, donde el gol es un bien escasísimo, y extrañamente por la portería. En una plantilla con demasiados futbolistas intrascendentes, Cristian Álvarez debería seguir siendo uno de los mejores activos, uno de los clavos ardiendo a los que agarrarse. Para sacar adelante la temporada, el Zaragoza necesita que se parezca a lo que fue, no a lo que está siendo. Cuanto antes.