Han bastado nueve jornadas para que la cabeza del entrenador del Real Zaragoza esté en peligro. Nueve. Ni siquiera un cuarto de la competición. Lo está porque el equipo no va. O mejor dicho, va a peor inmerso en una dinámica que ya le acerca peligrosamente a los puestos de abajo y que le aleja tanto de los primeros que da miedo. Casi tanto como el juego de un Zaragoza patético que dista años luz del que, hace solo un mes, obligó a soñar. En tiempo récord, a Idiakez se le ha caído el equipo, que acumula ya cinco partidos consecutivos sin ganar y al que agua le llega al cuello. Como a su entrenador, beneficiado por la cercanía del partido de Copa -el miércoles ante el Cádiz-que podría convertirse en un plebiscito.

Perdió el Zaragoza por un penalti muy riguroso decretado por Arcediano Monescillo a cinco minutos del final, pero convendría exponer más razones. Porque el enésimo bochorno se materializó al final, sí, pero se cocinó durante, otra vez, una primera parte indecente que mostró todas las carencias de un equipo dirigido por un entrenador perdido. Ese Zaragoza fue un horror. Abominable. En la línea de los primeros cuarenta y cinco minutos en Albacete o de los noventa frente al Lugo. Seguramente, peor. No dio una a derechas el equipo aragonés, al que su entrenador volvió a diseñar en un rombo en el que el vértice superior lo ocupaba James. Sí, James. Idiakez elegía al nigeriano para ocupar una demarcación en la que nunca se encontró en detrimento de Soro, un futbolista destinado a ese puesto. Sin Papu, lesionado, y Buff y Biel fuera de la convocatoria, Idiakez optaba por darle la mediapunta a un interior. Y, claro, el experimento fracasó y, con él, un Zaragoza que volvía a perder demasiado tiempo en adquirir un tono digno.

El Numancia pronto se encontró a gusto. Jugaba por fuera hasta que encontraba hueco por dentro. Llevaba a los interiores a los costados en ayuda de los laterales para, de inmediato, buscar el centro con llegadas desde segunda línea. Si no era posible, forzaba el saque de esquina, disciplina que domina, como lo demuestra que seis de los nueve goles que había sumado hasta ayer los había marcado en jugadas de estrategia. Hasta siete botaron los sorianos en una primera parte en la que el Zaragoza vio siempre de lejos a Juan Carlos, que solo contactó con el balón para ejecutar un saque de puerta después de que Verdasca peinara fuera una falta lanzada por Zapater. Era el minuto 6 de partido y ahí se acabó el paupérrimo caudal ofensivo de un Zaragoza lamentable y descorazonador. Impropio.

Idiakez, consciente de su garrafal error, movió pieza al descanso y dejó en el vestuario a un desaparecido Eguaras para apostar por Aguirre en un 4-1-4-1 más coherente. La cosa mejoró, entre otras, porque era imposible ir a peor. El primer saque de esquina, la primera llegada por fuera y combinaciones cerca del área rival emergían por fin ante un Numancia que dio un paso atrás. López Garai mantenía el 4-3-3 con presión arriba para incomodar a un Zaragoza, en todo caso, lejos de cualquier cosa interesante pero más cerca de un equipo de fútbol.

La lesión de Álvaro, al cuarto de hora de la reanudación, obligaba a Idiakez a recurrir a Soro. Quién sabe cuánto tiempo hubiera tardado en hacerlo de no mediar el percance del catalán. El revés abocó a otro dibujo -el tercero-, con un 4-2-3-1 con Zapater y Ros en el doble pivote, Soro y Aguirre en los costados y James, sí James, como elemento más cercano a Pombo. El sistema, que luego derivaría en un 4-4-2, permitía al Zaragoza cierta relación con un balón hasta entonces convertido en un objeto no identificado. Aguirre y Soro aportaban verticalidad, desborde y, sobre todo, dinamismo aunque las ocasiones brillaban por su ausencia. Fue el Numancia quien más cerca estuvo siempre del gol, que Cristian negó en dos ocasiones a disparo cruzado de Higinio y a bocajarro de Diamanka.

El partido entró en su fase definitiva con la sensación de que estaba todo dicho. El punto parecía bueno para el Numancia y menos malo para un Zaragoza con mayor presencia pero incapaz de meter miedo a Juan Carlos. Fue entonces cuando llegó la jugada del partido. Marc Mateu ganó la posición a Lasure y el balón acabó en el brazo pegado al cuerpo de Grippo. El penalti, demasiado riguroso, esta vez no pudo ser detenido por Cristian y el Numancia sacaba partido del desorden y los vaivenes de un Zaragoza que se lanzó con todo a por el empate. Grippo, como delantero centro, tuvo el empate con un cabezazo que se fue rozando el palo y, con él, las esperanzas de un zaragocismo harto ya de estar harto y de una agonía insoportable.