Los resultados lo condicionan todo, las decisiones, los juicios y las conclusiones. Más todavía en un momento como el que atraviesa el Real Zaragoza, para el que la victoria era una necesidad acuciante que se intuyó unos minutos, quizá solo unos segundos porque curiosamente la fortaleza blanquilla se diluyó en ventaja, y terminó perdiéndose entre la noche castellana. Una más. Hasta el descanso, el equipo de Iván Martínez mostró alguna virtud interesante si lo comparamos con el tedio que producía el de Rubén Baraja: una intención mucho más protagonista, plasmada en un inicio de partido con un amplio dominio de la pelota; un buen posicionamiento, una adecuada ocupación de los espacios y una querencia ofensiva mayor, aunque sin peligro alguno. Solo balón y otra propuesta. De ocasiones no podemos hablar.

Al poco de la reanudación, Narváez convirtió en gol un regalo infantil de la defensa de la Ponferradina con un disparo potente y de enorme mérito a pesar de la deferencia local. El colombiano aparece poco, pero justifica su contratación. El 0-1 volvía a cambiar los juicios. Así sí. Todo lo que ocurrió a partir de ahí fue un completo desastre. El Real Zaragoza empezó a sufrir con las llegadas por banda del rival y los centros laterales. El equipo se desordenó y acabó hundiéndose con dos goles iguales desde el córner con errores en cadena de la defensa y en las salidas de Cristian Álvarez. El Zaragoza perdió así pero pudo perder de otras maneras. Iván mejoró al equipo durante 25 minutos y lo calcó durante 45.

Una nueva derrota, que liquida o pospone los juicios optimistas, los interesados para mantener el statu quo y los simplemente voluntariosos; realimentará los pesimistas, los interesados también y los obstinados, y vuelve a evidenciar la triste realidad. Al Zaragoza le faltan muchas cosas. No solo es cuestión de querer. Querer no es poder. Al menos no muchas veces, como bien sabrá cualquiera de ustedes y en todos los órdenes de la vida. Obviamente para poder hay que querer. De ahí el alegato del técnico. Pero para poder fundamentalmente hay que poder.