El partido de Vallecas fue una fotografía perfecta de la temporada, la última desgracia de un año especialmente repleto de instantes desgraciados. También un retrato del triste recorrido de este Real Zaragoza contemporáneo, que vive atrapado en un bucle interminable en Segunda. Como tantas veces, pareció que sí para acabar siendo que no. Del cielo de la primera parte, con un juego muy bien estructurado, redondo para el momento y una gran eficacia en el área contraria, al infierno de todos los días tras el descanso, con un derrumbamiento inexplicable, una laxitud tremenda y errores individuales impropios de futbolistas profesionales.

Hay un denominador común en los tres últimos traspiés: un fallo grosero de algún jugador, un regalo al contrario con envoltorio de lujo. De Cristian Álvarez frente al Alcorcón, de Jair Amador y Cristian en Oviedo y de Vigaray en Vallecas con el Rayo. Por esa rendija, difícilmente subsanable más que por los propios protagonistas, se han escapado tres puntos en el último mes, que en la situación actual serían gloria bendita porque cada pasito hacia adelante es un pequeño gran paso.

No se consumaron, sin embargo, y el Real Zaragoza suma ya quince derrotas, una cifra escandalosa a estas alturas de la competición. Está hundido en la parte baja de la tabla, de donde no logra despegarse a pesar de que, incluso con las decepciones recientes, el club logró el efecto buscado con el tercer relevo de entrenador. Juan Ignacio Martínez ha sumado más del 50% de los puntos en disputa. El técnico tiene vivo al muerto que recogió pero sufriendo en niveles máximos. A JIM, no obstante, le cuesta mover el once cuando los partidos descarrilan y dar con soluciones imaginativas. Eso sí, la verdadera dimensión del problema le viene heredada de atrás.

De los números que hicieron sus predecesores y de la pésima configuración de una plantilla con unos agujeros y unos errores terribles, fundamentalmente en la elección de los delanteros: Toro Fernández y Vuckic, jugadores caros y ahora mismo inservibles. Pobre como nunca, el Zaragoza tiene bastante más de cien millones de las antiguas pesetas, un dineral, cogiendo moho en el banco.