Dios y el diablo nos libre o tiente de comparar a Jawad El Yamiq con Xavi Aguado, pero la exhibición del marroquí en La Rosaleda trajo a la memoria la figura de uno de los mejores centrales de la historia del Real Zaragoza. Como el gran capitán tiene pierna larga, agudo sentido de la colocación y centímetros inteligentes para imponer su altura en el juego aéreo. Y contagia seguridad con una rocosa sencillez en sus intervenciones, una de las principales e imprescindibles virtudes que ha de hallarse en el catálogo de este tipo de futbolista. Aguado fue el líder de un equipo de ensueño y El Yamiq se gana el pan para hacer realidad un sueño cada vez más cercano, el de devolver al conjunto aragonés donde el catalán gobernó un imperio sin puesta de sol junto a Fernando Cáceres. Alto, fuerte y formal, el defensor, que está mejorando a Atienza y a Nieto, fue un rompeolas en La Rosaleda. Luis Suárez hizo el gol de la victoria, uno de esos tantos de hombre lobo que anuncian sus patillas en el rostro y su mirada de insaciable licántropo, una diana que premia al equipo y, sobre todo, la labor majestuosa de El Yamiq, omnipresente para permitir a los suyos el triunfo que se produjo.

Las solicitudes en verano para reforzar el equipo no incluían un central. Sin embargo, para acometer una empresa ambiciosa era necesario releer las necesidades en una categoría que recompensa puntualmente a quien menos goles encaja. En la recta final del mercado de invierno y sin ser la primera opción, El Yamiq vino cedido del Genoa de la mano de Lalo Arantegui y tuvo que debutar nada más aterrizar por una lesión en el calentamiento de Atienza. Con tres entrenamientos, se desprendió de la sudadera y se puso a jugar con una naturalidad sorprendente, con una seguridad en sí mismo que confirmó el acierto de su adquisición. Nada menos que en Cádiz, contra el líder, se permitió un pase perfecto para Alberto Soro que puso al Real Zaragoza por delante. En Málaga, en su séptimo encuentro, realizó un partido perfecto, sin tacha alguna pese a la multitud de ocasiones en las que se vio obligado a intervenir.

Aún está por descubrir si le puede la timidez o la prudencia para atreverse a romper líneas con el balón pegado al pie. Sería una aportación de enorme valor sobre todo en situaciones como las de La Rosaleda, donde el tándem Igbekeme-Eguaras pinchó con estrépito mientras el Real Zaragoza lloraba la ausencia de Guti. En un escenario muy complicado, con el Málaga serpenteando sin demasiado veneno hacia la portería de Cristian, El Yamiq se adjudicó por necesidad un protagonismo absoluto. Ágil, veloz y contundente, selló todas las vías de agua --que las hubo-- por tierra, mar y aire. Al cruce, en el despeje rotundo, con la cabeza siempre dispuesta para desactivar centros a media altura o colgados a la azotea del área. Portentoso, evitó con una acrobática tijera que marcaran los andaluces y pidió perdón al público por estampar el esférico en la grada. Su ejercicio de resistencia cargó en el instante justo el cañón de Luis Suárez después de que Nieto peleara una pelota hasta con los huesos.

No reciben los centrales grandes elogios por los aciertos allí donde un error se castiga con garrote vil. El Yamiq honró esa posición y homenajeó con ciertos detalles coincidentes, al menos en nuestra memoria, la leyenda de Xavi Aguado. Quizás porque aquel paraíso que conquistó el gran capitán está cada vez más cerca con el marroquí guardando las llaves del cielo que ya no puede esperar.