Todo se hacía por las noches. En la oscuridad. La ley decía que si había una estructura con tejado no era posible echar a los propietarios. De ahí que por las mañanas aflorasen chabolas improvisadas, chamizos de cuatro ladrillos y cubiertas de chapa, barrios enteros en terrenos baldíos, en las afueras de Madrid, circundando las carreteras a Andalucía, La Mancha o Extremadura, de donde procedían familias enteras escapando del hambre día a día.

Miguel Ángel Sánchez Míchel conoció ese Vallecas, el de los kinkis y el holocausto de la heroína, la pobreza del extrarradio, el de los heavies del Hebe, el de las canciones de Asfalto, Topo y Obús, el de los curas rojos de San Carlos Borromeo.

Por veinte días nació en el Franquismo (30 de octubre de 1975). Sus padres eran fruteros y sus

abuelos tenían una casita baja de dos alturas. Cerca de las chabolas que la piqueta se llevó, pero nunca el olvido. Míchel es Vallecas. Un símbolo. Ese niño que no se fue a la cantera del Madrid, porque sus padres le dijeron que estudiara. Ese chaval que se subía a la casa de un amigo para ver gratis los partidos del Rayito, aunque la grada les tapara medio campo.

Ese zurdito que debutó con 17 años en el primer equipo y al que Camacho le hizo de Primera. El mismo que jugó el Mundial U20 en Qatar con la generación de Raúl. Ese que tuvo que irse al Almería (coincidió con Ranko Popovic) para madurar y crecer, para comprender que el fútbol lo juegan once y no sólo se gana luciéndose con el balón.

17 temporadas, dos incompletas, con la camiseta de la franja roja. Es el tercero con más partidos en el club (363) y el máximo goleador (58). En medias un paso por Murcia, donde fue el fichaje más caro de la entidad, y Málaga. Pero vuelta a Vallecas, donde jugó la UEFA, y también la Segunda B. Lo ha vivido todo. Hasta ha sido pregonero de las fiestas.

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Cuando se retiró en el 2012 pasó a ser director de metodología. Se veía ocho partidos de la cantera cada fin de semana, hacía entrenamientos específicos y era ayudante del filial. Luego cogió el juvenil hasta que le llamaron para rescatar a su amor. No se podía negar. Fue ese 21 de febrero del 2017, a un punto del descenso, tras la destitución de Rubén Baraja. Entrar a su Rayo no era un marrón, ni una responsabilidad, era «una ilusión», dijo en su presentación.

Su revulsivo de enamorado fue decisivo para salvar al equipo. Siete triunfos en quince partidos.

La reacción se mantuvo al año siguiente, con un ascenso como campeón (76 puntos), escoltado por el Huesca, y un juego bonito como sello, heredado de sus mentores Fernando Zambrano, Juan de Ramos y Pepe Mel. O Paquito, ese sabio que le llevaba cuentos al vestuario para explicarle todo sin decírselo.

El Huesca ficha a un entrenador aún joven (43 años) para que le ascienda a Primera. Quizá porque ya lo ha hecho cuatro veces, tres como jugador y una como entrenador. También por su discurso, de apoyo al crecimiento del jugador dentro de un contexto grupal. Y por su estilo de fútbol, valiente y osado, de toque y gusto. Un ejemplo: «El Rayo irá al Camp Nou como el Ajax al Bernabéu». Sentencia brava de hace unos meses, con el puesto en el aire. Siete derrotas seguidas (su primera victoria fue precisamente en El Alcoraz) hicieron que no aguantara sobre la cuerda en la vigesimoctava jornada con 23 puntos y a seis de la salvación, pese a que la grada

vallecana le hiciera llorar con ese cántico tras perder con el Getafe. «¡Nos sacó de Segunda,

del Rayo hasta la tumba, Míchel contigo siempre!».

Padre de dos hijos, que suele consultar sus dudas con su mujer, afronta el reto de triunfar

lejos de su hogar, como cuando tuvo que emigrar a Almería para crecer. En ese viaje dice

que encontró la humildad que le faltaba como futbolista, uno de sus puntales como entrenador.

«A mí me ha ido bien, tengo unas posibilidades, pero no me olvido que mi hermano trabaja

de cajero en Alcampo y mi hermana en una tienda de moda… Tienen sueldos justos, pero

han conseguido hacer su vida, adaptarse a lo que tienen y ser felices. Al final, eso es lo

importante», respondía Míchel en una entrevista en la revista Panenka. Un chico que sabe

de donde viene y sabe dónde va. Llega de Vallecas. Y viene a Huesca a triunfar.