Los descendientes de los emigrantes recuerdan como "auténticos héroes" a los más de 8.000 españoles, entre ellos 6.000 gallegos, que a principios del siglo pasado sobresalieron, por su calidad y tesón, pero también por sus protestas y huelgas, en las obras del Canal de Panamá. En total fueron 45.000 obreros los que, tras otros fallidos intentos y miles de muertos de malaria y fiebre amarilla, culminaron la tarea titánica de unir los océanos. En medio de la selva y "aquellos cenagales de la muerte", como recordaba José Rodríguez, que regresó a su pueblo, Coba, después de que su hermano Secundino muriera de malaria. "Su eficacia no solo es más del doble que la de los negros, sino que resisten mejor el clima", señalaba en 1906 un jefe de ingenieros. Poco después, los gallegos se declararon en huelga, y el diario español El Socialista recogió sus denuncias: "No les daban las tres comidas del día con la carne prometida. No los alojaron en los hoteles prometidos sino en tiendas de lona en descampado y sin ropa para abrigarse.

"Están enfermando a cada momento". Los obreros destacaban: "Lo que se gana se gasta en la misma proporción. Tenemos médicos y hospital, pero antes te llenan de quinina y te matan de hambre". Al año siguiente, la Sociedad Española de Beneficencia de Panamá informó al Gobierno: "Los españoles son tratados peor que los negros". "Se les condena por cualquier bagatela a trabajos forzados, sin paga, a pan y agua, se les amarra una cadena de cuatro metros de largo al tobillo y sujeta en el otro extremo a una bola de hierro, como si hubieran cometido un crimen nefasto", afirmaba aquel informe. Como dice el historiador Enrique Rodríguez, "había que ser muy gallego para soportarlo".

Rodríguez rememora las condiciones en que vivieron aquellos "héroes anónimos de la emigración". Trabajaban 10 horas, siete días a la semana, "bajo un ardiente sol, con temperaturas de 42 grados, con una humedad de 85%, bajo torrenciales lluvias ocho meses del año, hacinados en toldas y luego en barracas de madera, frustrados y resentidos al ver hechos añicos sus sueños y esperanzas tras la cruda realidad, luchando contra la muerte que acechaba en la explosión de un barreno, el paso de una locomotora, el derrumbe de una ladera o la picada de un mosquito". A partir de 1910, muchos abandonaron: "Los negros antillanos lograron adaptarse mejor al medio y ser más productivos a menor costo".