Labordeta se hizo chansonnier (así lo definió en los 70, con mucho aire despectivo, un procurador de las Cortes franquistas) tarde, a los 33 años, probablemente más por una necesidad de comunicación urgente que por el gusto de subirse a un escenario y de grabar discos. José Carlos Mainer, en su libro Labordeta, afirma que "cuando José Antonio empezó a sonar para el público era, antes que otra cosa, un poeta de evidente interés y un novelista inédito, además de profesor numerario de Historia". Y añade: "Labordeta concibe su tarea musical como un aspecto más de una vocación literaria --a medias entre lo artístico y lo social, muy típica del momento en que empezó a escribir--, y, en consecuencia, la proyecta al público con la misma autoría con la que un poeta o un novelista ordenarían una antología comentada de sus obras completas".

El primer álbum de Labordeta (Cantar i callar) no verá la luz hasta 1974. Apareció con una presentación del historiador Manuel Tuñón de Lara, y contenía una de las canciones insignia del universo labordetiano: Aragón. Para entonces ya se había celebrado la I Semana de Cultura Aragonesa (1973), cuyo acto más popular fue el concierto que dieron Labordeta, Joaquín Carbonell, La Bullonera, Renaxer y Tomás Bosque. Las sucesivas Semanas, y los varios Encuentros de la Canción Aragonesa sentaron las bases del desarrollo de la canción popular en Aragón, canción que, obviamente, no se circunscribió en su difusión al ámbito territorial en el que nació y creció. Son tiempos de lucha por las libertades más elementales, y de reivindicaciones aragonesistas. En la expresión colectiva de esos sentimientos jugó un papel importante la canción popular.

En 1975 Labordeta publicó su segundo disco grande (Tiempo de espera), que ofreció, junto a piezas como Ya ves, Nana, Ya llegó la sanjuanada u Homenaje a Víctor Jara, la canción que, con el tiempo, se convierte en el himno oficioso de Aragón: Canto a la libertad. A partir de aquí, álbumes como Cantes de la tierra adentro, Que no amanece por nada, Cantata para un país, Las cuatro estaciones, Tú y yo y los demás (un directo en el que participaron Paco Ibáñez, Imanol, Ovidi Montllor, Sabina, Javier Ruibal, Puturrú de Fua y el exLaBullonera Javier Maestre), Qué vamos a hacer, Trilce, Canciones de amor, Paisajes, Con la voz acuestas... Casi una veintena de discos que dibujan el retrato sonoro de un artista que ha tenido tanto de agitador como de poeta. Y probablemente en esa aparente contradicción es donde se encuentra la clave de la aceptación popular de su obra. Mas no se interprete el juego de oposiciones como una reducción del tipo compromiso / escapismo.

En Labordeta el compromiso ha sido inherente a cualquiera de sus propuestas, dentro y fuera de la canción, y mucho antes de dedicarse profesionalmente a la política. Es más: surge en él como una pulsión, como algo irrefrenable. De ahí que en ocasiones le pudiera la visceralidad, los deseos de intervención, la urgencia. Por eso ha caído en ocasiones y conscientemente en la trampa de lo efímero. La realidad, parece que se dijo a veces, necesita más de la soflama que de la poesía, aunque ésta pueda ser tremendamente desestabilizadora. Claro que, a la vez, el agitador incontenible no puede sustraerse al escritor que convive con él: es ahí donde emerge el Labordet menos convencional, más duradero y profundo. Trátese entonces de canciones de amor, de gritos de libertad, de lamentos por la destrucción de la memoria, de afirmaciones aragonesistas, de rebeliones contra el exilio (exterior e interior) o de evocaciones sobre un tiempo tantas veces escamoteado, el cantor destapa la caja de la emoción perenne, y sus canciones adquieren la solidez de lo atemporal. Labordeta urgente, Labordeta reflexivo. En una entrevista reciente para Televisión Española vino a decirme que él nunca hizo a propósito canción protesta; mas apostilló a renglón seguido: "pero había que hablar de lo que veías".

También Labordeta mito de una tierra y de una época. Un mito arrastrado (muy a su pesar) por todos aquellos que lo elevaron a tal categoría. Otro impulso para lo coyuntural. Con o sin ganas, Labordeta ha tenido que mantener encendida la llama de la inmediatez, porque en él se ha depositado (¡tremenda carga!) la esperanza de la victoria en mil batallas. Labordeta, obligado a ser más guerrero que estratega. Por eso le costó tanto considerarse un artista. Pero cuando ha logrado liberarse del mito combustible, cuando ha conseguido que pluma y guitarra trabajasen al unísono es cuando ha escrito y cantado las denuncias más poderosas, las rebeliones más sólidas, los himnos más emocionantes. Hace tiempo que dije en la crítica de uno de sus conciertos que el mejor Labordeta se encuentra en la magia de lo cotidiano, y lejos estoy de la intención de despojarle del manto mitológico que pesadamente ha colgado sobre su espalda. Eso sí: siempre he intentado aligerarle tan incómoda vestimenta, y reivindicar al artista. Por eso produje en 1999, por encargo del festival Pirineos Sur, el concierto Labordeta, nueva visión, en el que la obra (parte de ella, o sea) del autor de Regresaré a la casa fue revisada por músicos aragoneses procedentes de estilos tan diversos como el rock, el flamenco o la música electrónica.

Para concluir la entrevista le pregunté cómo le gustaría ser recordado. No tardó ni un segundo en darme la respuesta: me remitió al texto de Ya ves, una de sus canciones más dolorosamente hermosas: Recuérdame como un árbol batido / como un pájaro herido / como un hombre sin más. Añadan gran al último verso y tendrán una idea de cómo voy a recordar a Labordeta.