A los 10 años, María Arnedo (Los Guájares, Granada. 1948), ya trabajaba en el campo. «De sol a sol», puntualiza. «Escuela hice poca», se lamenta. Cuando nació su tercer hijo, de los cinco que ha tenido, dejó de trabajar de casa en casa para dedicarse a los cuidados, como han hecho y siguen haciendo muchas mujeres sacrificando su vida laboral. «De ahí me ha venido todo, de no cotizar», explica. «Mi marido era muy celoso y no me dejaba trabajar fuera de casa», aclara echando la vista atrás. Y harta de estar más que harta, se separó de su pareja, tras 47 años de matrimonio. «La decisión la tomé yo», aclara.

María expresa un lamento en voz alta: «No me imaginaba una vejez así. No pensaba que me iba a ver sola y sin dinero». Apenas percibe 500 euros mensuales. «Y tengo la suerte de tener casa», afirma. Donde no llega su economía, llega Cruz Roja. «Me da comida. También tengo una asistenta social que viene a ducharme tres veces por semana. Ahora, aunque me duelen el brazo y los huesos, le estoy haciendo una bufanda porque la mujer se lo merece», explica.

Desgrana lo que son sus estrecheces diarias. «He ido de excursión a Benidorm. El viaje me costó 168 euros y pude hacerlo porque lo pagué en cinco plazos. A veces hasta me tomo un café si me apetece», se justifica.

Esta pensionista, con más de media docena de operaciones, toma ocho pastillas diarias de todos los colores y tamaños. Impresiona verlas distribuidas por días en un gran pastillero de plástico. A la única que ha renunciado es a la del hierro. La que tomaba le sentaba mal. «La que me va bien no me la puedo pagar porque cuesta unos 20 euros y en la caja solamente salen 10 ampollas. Y una cada día es mucho dinero». reconoce mientras echa cuentas. T. PÉREZ