Definitivamente, Ana Botella no es Hillary Clinton. Tampoco va a ser Margaret Thatcher. Ni siquiera Loyola de Palacio. Pero puede llegar a parecerse a Ana Obregón. Su pantojismo político, ese recetario doméstico, de ama de casa, con que se enfrenta al futuro de Madrid, y a las angustias del país, la vienen folclorizando en un papel comparsa con mucha ínfula y poca guasa. En un serial. Ana es un error, claro, pero da juego. Sobre todo como nani de esos siete angelitos a su cargo: José María, Rodrigo, Jaime, Albertito, Mariano y, ahora George (Bush) y Tony (Blair).

Su reciente entrevista a El Mundo , por ejemplo, no tenía desperdicio. Precisamente en la edición en que este rotativo elegía para su portada una foto atroz de un niño iraquí con las piernas desgarradas por un misil, Ana Botella aseguraba no tener problemas de conciencia por la participación de España en la guerra. Y no los tiene, ni siquiera como católica militante, porque, según ella, su marido y su gobierno están acatando al pie de la letra el mandato papal de luchar por la paz. En su melodrama de campaña, Ana tampoco se siente sola. "Nadie puede decir que se está solo cuando se tiene la mayoría absoluta en la Cámara". Además, siempre le quedarán los siete.

Curiosamente, la señora Botella no parece coincidir en sus tesis iraquíes con las opiniones pacifistas de Antonio Algora, obispo de Teruel-Albarracín en tránsito hacia Ciudad Real. A la hora de su despedida, su ilustrísima se ha despachado a gusto en el Diario de Teruel . El señor obispo considera que si la guerra ha sido inevitable, lo fue por falta de cabeza, y sostiene que durante las negociaciones hemos sido marionetas de los que mueven los medios de comunicación del mundo. "Que Sadam Husein invoque a Alá no deja de ser una hipocresía... Tanto como si Bush invoca a Dios".

Hermosas palabras, sí señor. Los purpurados, bajo el estímulo de Wojtyla, que ha dado libertad de púlpito, están guerreros. Con cada nueva víctima civil arden de indignación las sacristías. Hasta el propio y prudente Elías Yanes, asimismo en tránsito, pero no a otra diócesis, como monseñor Algora, sino hacia una mística jubilación, se ha manifestado humanamente por la paz. Quién sabe, a lo mejor le coje el gustillo a la calle, a la pancarta, como diría Arenas de Zapatero, y se incorpora a otras luchas, a otras guerras. Está claro que entre la conciencia obispal y la de Ana Botella se abre un mandamiento: "No matarás".

Y hermosos también el gesto y la palabra de Francisco Javier Marín, alcalde de la localidad turolense de Olba, que ha dimitido de su cargo de consejero de la comarca Gúdar-Javalambre, poltrona que ocupaba en representación del PP. Marín se presentó como independiente, pero acaba de decidir que este PP belicista y represor ha dejado de ampararle. Obrando en conciencia, según aconseja Ana, los ha mandado a donde dice, con eme, Labordeta.

Como humilde colofón vaya para Ana y los Siete este apotegma de Oscar Wilde: "La conciencia y la cobardía son en realidad una misma cosa. La conciencia es, simplemente, el nombre comercial de la empresa".

*Escritor y periodista