Después de La Marea , su penúltima novela, parecía claro que Ramón Acín iba a proseguir explorando las claves de un mundo interior marcado por las tensiones de una vida a contracorriente. Pues, aunque una de las virtudes más destacadas del autor, en lo literario y en lo personal, sea la contención (pocas veces he conocido a alguien tan discreto, tan prudente), en las minas y pozos de su pasado, de su experiencia, subyace una materia magmática, en ebullición, que parece requerir literatura de compromiso.

Ahora, con su última entrega, Cinco mujeres en la vida de un hombre (Algaida), Acín se enfrenta con sinceridad y sentido del humor, pero también de una manera desnuda, a veces despiadada, a sus demonios y herencias. Escuchando a Niezstche, permite que los instintos antaño reprimidos, esos "perros encerrados en el sótano" a que se refería el filósofo alemán, abandonen su encierro y corran sin freno por las praderas de la libertad.

Mané, el hombre pluridimensional, en constante evolución, es el trasunto de personaje que ejerce como sucedánea y protagonista voz del relato, mientras que las cinco mujeres a que el título y sus respectivos capítulos aluden representan los distintos estadios del amor: el despertar sexual, el enamoramiento en la primera juventud, los éxtasis y desengaños de la madurez y la glosa final, poética, espectral, iluminada ya por las engañosas lámparas de la muerte.

Narrada desde el punto de vista masculino, la novela intenta penetrar en la psicología femenina del amor, algo extraordinariamente difícil para un escritor. Acín, merced a su dominio técnico, a la depuración de su prosa, y a la habilidad escénica con que incardina episodios en una unidad temporal que empieza rigiendo el reloj del narrador, para acabar regalando al lector el todo continuo de una corriente existencial, logra, a base de operar sobre la pasión erótica con un frío escalpelo, interesantes equilibrios en los mecanismos de acción-reacción, así como depararnos una visión lúcida sobre las distintas fronteras del amor.

La represión infantil, simbolizada por la férula de la religión, por aquellos curas que pastoreaban los Pirineos en busca de jóvenes idealistas con que nutrir los Seminarios, da paso a un incontenible estallido erógeno (ya decía Buñuel, con razón, que el español del franquismo era el hombre más reprimido de Europa). Acín no resiste la tentación de citar a George Bernard Shaw: "De todas las perversiones sexuales, la más incomprensible es la de la castidad".

Mané, en consecuencia, saboreará la dulzura de las muchachas en flor, que importan de Francia un aire de tolerancia, y consigue escapar a las prisiones de su montaña natal, donde los fantasmas de la guerra civil aún sobreviven. Después, ya en el mundo, conocerá el amor frívolo, el amor sólido, la gaseosa delectación de pasajeras aventuras. "El amor es una vivencia del tiempo paralizado. El amor, una ecuación emocional y vital. Y, al fondo, siempre el ideal: resolver la incógnita del para toda la vida".

Una novela intensa, real.

*Escritor y periodista