El portavoz del PP, Eduardo Zaplana, presentó el viernes las credenciales del Partido Popular para la legislatura que acababa de comenzar unos minutos antes. Oposición cerrada y beligerante y discurso directo y agresivo hacia el PSOE y, según se percibe en constantes guiños, también hacia sus musas nacionalistas. Da la sensación de que los populares aún no se han enterado de que ya no son gobierno, y llevan camino de pasar de la mayoría absoluta a la oposición absoluta. A una nueva forma de aislamiento. Algún estratega del partido le habrá explicado a la nueva dirección que hay que segur tensando la cuerda, cuando lo que precisa el país, y así lo demanda la sociedad, es serenidad y constantes ejemplos de tolerancia en un momento complejo por el cambio político y por la nueva amenaza terrorista. A la misma hora en la que se asistía al primer cruce de acusaciones en el Congreso de los Diputados, los artificieros de la Guardia Civil intentaban desactivar una bomba hallada en las vías del AVE en Toledo.

El principal detonante del justificado frentismo sufrido por el Partido Popular fue su propia actitud, su unilateralismo institucional y el endiosamiento de su líder, aunque ahora se quiera mirar para otro lado. Y en lugar de reconocer esta circunstancia como un problema, en el PP parece que se pretende hacer virtud de esta característica, desoyendo a las urnas. Sin entrar a juzgar si la supuesta afrenta del recién elegido presidente del Congreso,Manuel Marín, era o no motivo suficiente para desenterrar fantasmas del felipismo y pasar al ataque --y creo particularmente que no lo era--, lo significativo de las palabras del portavoz popular fue la contundencia del mensaje, el aviso a navegantes que llevaba implícito. Escuchar a Zaplana decir, en un día de supuesto fair play institucional, que Marín había formulado en su discurso peticiones impropias de la democracia nos retrotrae a escenas recientes como el mitin de José María Aznar en Vista Alegre, con un líder herido atacando a sus críticos y no asumiendo ni una sola culpa. Claro que en escenarios distintos y con diferentes responsabilidades, porque a Aznar se le entiende su mal perder por la carga moral que debe suponer dejar al PP en la situación en la que se encuentra --él es el verdadero responsable--. Pero esta apreciación no puede ser común a Zaplana, que ha asumido un papel de responsabilidad por el que se le juzgará de aquí a cuatro años vista, y no a la inversa.

Esta misma semana, dos relevantes políticos aragoneses que han ocupado cargos de gran responsabilidad y que probablemente nunca hayan votado al PSOE me manifestaban en privado su pesadumbre por el talante intransigente y soberbio que había adquirido el Partido Popular durante los años de mayoría absoluta. Me ahorraré sus nombres porque no vienen al caso, pero ambos confiaban en que se abriera una nueva etapa que permitiera a quienes ideológicamente se sienten más cercanos a sus postulados recuperar su confianza hacia unas siglas cuyo acceso al poder en 1996 saludaron con fervor. El ejemplo citado no es más que eso, un ejemplo, pero resulta representativo de lo que piensa una parte importante del electorado de centro que confío en el PP.

Con una posición tan cerrada, los populares no sólo fueron capaces de ponerse enfrente al resto de partidos democráticos cuando estaban en el Gobierno, sino que llevan camino incluso de hacerlo estando en la oposición. Al autoexcluirse de los acuerdos iniciales para la formación de las mesas del Congreso y el Senado, el partido de Rajoy muestra que no quiere hablar ni estando en la oposición. Ante lo que cabe preguntarse: ¿qué posición es más desestabilizadora para el país? La de un partido, como el PSOE, que pretende abrir un debate constitucional que traerá un festín de ideas y de intereses o la posición del PP, anclado en un inmovilismo que ha acabado beneficiando precisamente a quienes se sitúan en las antípodas de estos postulados.

La falta de generosidad del PP durante los últimos años, encarnada en buena medida en el genio y la figura de José María Aznar, le está pasando factura a un partido que tiene que buscar su horizonte y que, como todos las formaciones que el viernes estaban representados en la primera sesión de la legislatura, son necesarias para un Estado de joven democracia en plena evolución. Ser el vocero europeo del espíritu liberal de los republicanos de EEUU, de su modelo cultural basado en el miedo y en el consumo, puede ser útil cuando se ocupa el poder. Pero seguir agarrado a unos postulados semejantes en este momento no sólo es perjudicial para el PP, puede llegar a serlo para todo el país.

Muchos ven en la legislatura que arranca el inicio de una segunda transición, con opiniones para todos los gustos, favorables o desfavorables, acerca del modelo de "España plural" que prometió Rodríguez Zapatero. Ante esta tesitura, ahora más que nunca es necesario recuperar el espíritu de la concordia con la que nació la Constitución y con el que se desarrollaron las instituciones que hoy nos gobiernan. Y todos deben --debemos-- contribuir con responsabilidad.

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