La Semana Santa debería ser, para los cristianos, época de reflexión y penitencia, pero se ha convertido en tiempo de ocio y vacaciones. Durante esta semana los pueblos de España se llenan de procesiones, en una manifestación que ha dejado de ser expresión de religiosidad para convertirse, en la mayoría de casos, en folclore trufado con el inevitable "atractivo turístico". Esta situación refleja la transformación de un Estado que ha dejado de ser confesionalmente (a la fuerza) cristiano. Pero pese a semejante cambio, la Iglesia sigue disfrutando de unos privilegios excesivos. Recientemente un sacerdote de Madrid ha sido condenado por pederastia; pues bien, las autoridades de esa diócesis, que dirige el cardenal Rouco-Varela, procuraron encubrir al cura delincuente, llegando incluso, según han declarado algunos padres de los niños ultrajados, a ofrecerles dinero a cambio de su silencio. La Iglesia siempre ha pecado de hipocresía, pero en la era de la igualdad y la justicia los delincuentes, y quienes los encubren, han de quedar sometidos al imperio de la ley, aunque sean obispos, cardenales o humildes párrocos de barrio. Claro que también podemos seguir mirando hacia otro lado, hacer como que aquí no ha pasado nada y consentir, católicos y no católicos (pues esa boda es una cuestión de Estado), que al heredero de la corona lo case un encubridor de delincuentes. Aunque es probable que para la rancia jerarquía eclesiástica todo esto se perdone con el rezo de media docena de rosarios. Y el arrepentimiento.

*Profesor de Universidad y escritor