Los fastos reales han pasado y es el momento de comentar cuestiones más prosaicas. Por ejemplo, el coste de tanto esplendor, que ha sido de 20 millones de euros, lo que significa que tocamos a 50 céntimos cada ciudadano, poco más de 83 pesetas. Ni para pipas, que es el producto de más bajo coste que hay en el mercado español.

Medio euro de felicidad per capita es un regalo. Nunca nos habían dado tanto por tan poco. Es evidente que el reparto no es igual para todos. Pero así son las estadísticas. Es aquello de que si cuatro amigos se zampan dos pollos un día, no puede decirse que el consumo de carne aviar en España sea de medio pollo diario por cabeza. Es más, muchos ciudadanos incluso han podido sentirse incómodos por la omnipresencia del evento en la vida cotidiana. La incomodidad puede tener muchas causas, desde el rigor de los controles por razones de seguridad, hasta convicciones republicanas. Nada hay más democrático que un cálculo estadístico. Todos somos iguales a la hora de dividir: una unidad en el divisor.

A unos les puede parecer un derroche el medio euro que les ha costado la gran fiesta del lujo y la fastuosidad, y otros, en cambio, lo pagarían otra vez, si la boda se pudiera repetir, ahora que los novios tienen bien ensayada la ceremonia. Así es la vida. El reparto de felicidad no es nunca en partes iguales. Unos celebran que todo haya terminado y otros revivirán el acontecimiento durante mucho tiempo, pues por algo han hecho acopio de recuerdos, de revistas y del vídeo de TVE, ante el que se embelesarán una y otra vez.