En algunas clases hay unos cuantos alumnos que responden a un perfil característico que produce cierta inquietud. Entre risitas cómplices y miradas desafiantes se aplauden mutuamente su presunta visión de la vida: por ejemplo, los gays son unos enfermos peligrosos y unos anormales a los que hay que "inflar a hostias" y cuya única cura consiste en freírlos a descargas hasta dejarlos medio chamuscados; a los violadores hay que encerrarlos y someterlos a torturas de por vida, cuanto más dolorosas mejor: si tuvieran un hijo gay, sólo cabe un buen palizón y a los 18 años, a la calle y que se busque la vida.

EN EL FONDO, no queda ni el consuelo de que esos muchachos hablen desde sus propias convicciones. Da que pensar que, casi sin excepción, son varones e incapaces de pensar y hablar por sí mismos, pues necesitan el cobijo del grupo, demostrar su supuesta valía desde sus tópicos cavernarios y apabullar a quienes asisten a su espectáculo con sus simplezas y brutalidades. Carecen de conciencia porque aún no se han parado a tomar conciencia --personal y responsable-- del mundo y de la vida. Constituyen un monumento a la alienación, que, por desgracia, se torna más de una vez agresiva y violenta. Nos preguntamos, por ejemplo, de dónde salen quienes maltratan, matan o humillan a mujeres. Casi todos ellos provienen del mismo caldo de cultivo. Recientemente se suicidó Jokin, un muchacho de Hondarribia, víctima del acoso y el hostigamiento de algunos compañeros de colegio. Acertará quien apueste por que los maltratadores de Jokin pertenecían a esa misma subespecie.

El trogloditismo mental forma parte de una estructura social y subcultural, donde reinan unos determinados valores y actitudes, que pretenden imponer por las buenas o por las malas. Véase la televisión cualquier día, anótense los personajes que hablan y de quienes se habla, cerciórese de por qué son famosos, entrevistados, incluso admirados. Al final, toda esa basura va empapando también hasta el último poro de muchos ciudadanos. Como resultado final, se corre el riesgo de que esa intoxicación desemboque en el subconjunto de los anímicamente abotargados o de los potencial o realmente peligrosos.

NO PODEMOS olvidar a una mayoría, la de los espectadores pasivos, los que consienten con su pasividad y su silencio. Brecht escribió mucho de ellos y sus coartadas producen estupor y repugnancia. Se sienten ajenos al problema, se saben por el momento indemnes, y les basta. Aunque no lo reconozcan, son cómplices. Aunque vuelan sus cabezas hacia otro lado, son culpables. Seguramente, Jokin estaba rodeado de un inmenso enjambre de espectadores silenciosos.

Las personas no somos productos del azar o de la buena o mala suerte. Cada uno es como es y actúa como actúa como resultado de sus acciones y omisiones. Desde que nacemos los seres humanos crecemos en una sociedad y en una cultura, desde la que vamos obteniendo una identidad mediante el ejercicio de nuestra responsabilidad y nuestra libertad. Esa constante construcción de la propia identidad personal y social crea también una especie de "esquemas de vida", según los cuales percibimos, sentimos, deseamos, queremos y rechazamos unas determinadas parcelas y proyectos de mundo. Los tres o cuatro muchachos de algunas clases, también los inductores, activos y pasivos, de la muerte de Jokin, son responsables, sí, pero también un reflejo preciso del mundo donde viven.

Una forma de evaluar su integración en la sociedad es evaluar sus resultados académicos en las diversas asignaturas. Otra, aún más importante, examinar su calibre personal ante lo que les rodea y les espera, sus valores y sus actitudes. Mucho le queda por mejorar a la escuela a este respecto, pero sobre don la familia, los lugares de ocio, los medios de comunicación de masas los más directos responsables del estado de cosas existente.

La más urgente de las asignaturas, la reforma educativa más necesaria, la preocupación central de los padres y las familias es que todos y cada uno alcancen la conciencia de sí mismos, se enfrenten responsablemente a la vida y el mundo, cultiven unos valores que realmente les resulten valiosos, se desarrollen como personas y como ciudadanos. Frente a la dictadura de los cavernícolas sólo valen la autoestima, el respeto mutuo, el compromiso personal, la sinceridad, la sensibilidad, la capacidad para absorber e integrar las diferencias, el interés --incluso apasionado-- por saber, por vivir, por dejar vivir.

*Profesor de filosofía