Saber perder no es nada fácil. Saber perder, además, cuando todos los pronósticos te señalaban como favorito, es todavía mucho menos sencillo. Y el PP perdió el campeonato de Liga de las Elecciones, en el último minuto y, es probable, que a causa de un penalti en contra. Pero perdió. Ya ha comenzado otro campeonato de Liga de las Elecciones, que se dirimirá mucho antes de tres años, seguro, y el PP en general, y Zaplana en particular, siguen vagando en la melancolía de lo perdido, en la nostalgia de lo arrebatado, en la saudade de lo que debería de haber sucedido y no sucedió. Bien, están en su derecho, y a lo mejor es la terapéutica más adecuada al estado de ánimo colectivo, pero si el enfermo quiere ser dado de alta debe recordar que de la melancolía se pasa a la maniacomelancolía, y no existe administrado en el mundo que quiera ser gobernado por un melancólico.

A los melancólicos no les vota nadie, porque el personal, sospecha, y con razón, que pueden recaer y ponerse lánguidos, que es el peor estado de ánimo para gobernar. O el PP acaba con su melancolía o la melancolía va a devorar al PP, y cuando vengan las próximas elecciones, que van a venir mucho antes de lo que parece, el PP puede estar interpretando al piano, violín y viola, una sonata a la añoranza, que no es lo más apropiado para enardecer en los mítines. Además, se observa que algunos elementos pueden evolucionar de la melancolía al resentimiento y eso ya requiere hospitalización electoral y esperar una oportunidad para dentro de seis años, u ocho, en el peor de los casos.

Es humano lamerse las heridas, pero no es conveniente prolongar el exhibicionismo de las llagas más allá de lo que se considera normal. La gente siente simpatía por los aspirantes, pero desconfía de los derrotados, sobre todo si se les nota una fuerte vocación para no dejar de serlo. Y los melancólicos tienden recrearse en la desgracia. Observen al PP.

*Escritor y periodista