La jornada de ayer fue escenario de lo que podríamos denominar el punto álgido del Debate sobre el Estado de la Comunidad. Los tomas y dacas entre el presidente, Marcelino Iglesias y los portavoces de la oposición permitieron desarrollar los respectivos puntos de vista y analizar desde perspectivas contrapuestas los problemas de Aragón y de sus habitantes.

De entrada hay que decir que en esta edición, como en otras anteriores, el debate se desarrolló a la medida del presidente, quien controló casi todos los instantes de su desarrollo y supo elegir una y otra vez qué asuntos le merecía la pena abordar. Iglesias tuvo especial cuidado en soslayar cualquier tema que pudiera resultarle peliagudo o desagradable, aunque sí se mostró distendido y habilidoso a la hora de polemizar sobre aquellos que obviamente le resultaban más cómodos. Frente a él, Gustavo Alcalde, por el PP, Chesús Bernal, por CHA, y Adolfo Barrena, por IU, intentaron (especialmente los dos primeros) abrir líneas críticas contundentes. Las réplicas y dúplicas siguieron un ritmo previsible e incluso repitieron otra vez de forma casi literal intercambios dialécticos de debates anteriores. Pero el hecho de que estemos ya en el último tramo de la legislatura y que cada vez estén más próximos los comicios autonómicos del 2007 dio especial intensidad a los discursos de Alcalde y Bernal.

SIN NOVEDAD Marcelino Iglesias puso particular cuidado en evitar el cuerpo a cuerpo. Disculpó las invectivas que le dedicaban sus oponentes. En su mano a mano con Alcalde tuvo además a su favor el empeño de éste (que pese a todo cuajó una de sus mejores intervenciones en la Cámara) en meter morcillas relativas a la política nacional, en evocar la cuestión del agua y en seguir hurgando en los supuestos tejemanejes de Pla-Za para luego, en una evidente contradicción, negarse una vez más a formar parte del Consejo de dicha empresa. Por distintos motivos, el nacionalista Bernal no pudo radicalizar sus argumentaciones, forzado simultáneamente a defender el papel de su partido en la gestión del Ayuntamiento de Zaragoza, a centrar sus críticas al Gobierno aragonés en las consejerías del PAR y a incitar a Iglesias a modificar en el futuro su política de alianzas para asociarse con CHA en una coalición cien por cien progresista.

Para cualquier observador que tuviese el valor y la paciencia de seguir toda la discusión, está claro que muchas críticas de la oposición dieron en el blanco. Pero el presidente, en un tono cada vez más animado, como si diese por sentada su victoria en las próximas elecciones, se zafó de ellas o se las ingenió para desestimarlas con buenas palabras. La jornada acabó sin novedad, según un guión rutinario. Se cumplió el ritual ante una ciudadanía indiferente. Al menos, en la sesión de tarde, el vicepresidente José Ángel Biel extendió un manto de ironía sobre el plúmbeo debate. Por supuesto, él también se apuntó a la moda preelectoral.