Se puede educar enseñando economía? No hablo de enseñar a ser economista, un buen profesional o experto en la materia. Hablo de educar en valores, como hoy se dice, y por tanto de enseñar a ser una persona buena. Pues bien, no tengo ninguna duda al respecto. No solo un profesor de economía puede educar a sus alumnos. Incluso un banquero, que ciertamente no es una hermana de la Caridad, puede educar bien a sus hijos y estimular la buena conducta de las personas con las que trata si es una persona buena y moralmente responsable. En cambio se puede educar para la injusticia hablando de justicia y de derechos humanos desde una cátedra de nivel universitario, de la misma manera que se puede educar en clase de religión para lo contrario de lo que se enseña y fomentar actitudes incívicas dando clase de educación para la ciudadanía.

Porque no es el tema o la cosa, lo que se dice o lo que se hace para ganarse la vida, sino la vida que se lleva la que estimula o corrompe la buena educación. Es el ejemplo: el modo de comportarse frente a los otros y con los otros. Todo acto humano, es decir, libre y consciente es susceptible de una calificación moral a la vista de los valores humanos o del bien humano, que es el bien de la humanidad. No así los actos del hombre incontrolados, involuntarios, como la digestión, los actos reflejos y los realizados bajo coacción. Y todo acto humano y, en especial, toda conducta humana influye en el mundo de la vida y participa más o menos en la creación de un ambiente, de un clima social, que favorece o perjudica a su vez la educación de los individuos y el desarrollo moralmente sostenible de la propia sociedad.

Y SIN EMBARGO no es la banca, ni el mercado, ni el Estado, ni siquiera la iglesia entendida como institución la responsable del mundo en que vivimos. Otra cosa es la iglesia entendida como comunidad de creyentes, es decir, los creyentes. O el Estado como conjunto de ciudadanos; es decir, de gobernantes elegidos y de electores gobernados. O la banca si por tal entendemos a todos los banqueros. Pero no el sistema, ni los genes, ni la naturaleza. Si eso es malo, no es el mal moral sino el producto del mal moral. Solo las personas son moralmente buenas o malas, porque solo ellas son responsables de su vida y de su mundo. Y en este sentido lo son todas --lo somos todos-- de la educación de las nuevas generaciones. Y éstas, también, claro, pues la educación es un proceso de aprendizaje y no un artículo de consumo de toma y traga. Ni la fruta que cae por su propio peso cuando llega la madurez.

NO OBSTANTE, no todos somos igualmente responsables, quiero decir en el mismo grado. Y así, me parece que son más responsables los curas que los banqueros. Los padres bastante más que los maestros. Los gobernantes más de lo que se piensan y menos de lo que pensamos. Y los alumnos quizás lo sean tanto o más que los padres, los maestros, los gobernantes, los banqueros y los comerciantes. Hablo de los jóvenes a quienes se les da y ellos se toman tantas libertades: los que quieren y pueden ser libres, han de querer y poder ser responsables de su vida y de su mundo, que es también el nuestro, y no solo suyo. Responsables de su educación son quienes los tratan como niños y quienes se comportan como gamberros. Los que hacen de las marcas su chupete y quienes dan a sus hijos todo lo que les piden.

RESPONSABLES son los que premian a los que más corren. Y los que corren más de lo debido. Los que presentan como héroes de la juventud a los que ganan en cualquier competición, y los que atropellan a los demás porque quieren ganar en lo que sea. De 29 fallecidos por accidente en las carreteras españolas a finales de septiembre 11 eran menores de 30 años y 8 no habían cumplido los veinte. Pero la velocidad se celebra y se premia como valor no solo en las pistas de automovilismo en formula 1 sino en otros campos y carreras.

En la sociedad del consumo indiscriminado se discrimina a los perdedores en esa competición. Y en ese clima se aprecia más lo que se tiene que lo que se es, la educación menos que la enseñanza, el conocimiento menos que el título, el trabajo menos que el puesto de trabajo, y ¿qué vale un puesto de trabajo sin los fines de semana? Pero no todos los jóvenes, por ventura, van en coche ni tan deprisa... Por supuesto. Ni todos los banqueros, por supuesto, piensan solo en el dinero.

Filósofo