Se equivocó de profesión. No le han ido mal al primer ministro italiano Silvio Berlusconi los negocios y la política, pero en el teatro podría haber llegado a ser un Vittorio Gassman, actor admirado por un público amante de las emociones fuertes. Un poco dado a la demagogia el político y empresario, como ha demostrado ahora, pero es que así lo exigía en esta ocasión el guión. Un genio de la representación tuvo que ser el acaudalado financiero.

Él mismo lo ha contado: "Pasaba las mañanas de los sábados yendo a visitar a mis trabajadores enfermos". Son palabras dignas de un gran actor o de un santo. Pero no lo entendió así el público que asistía a una asamblea de empresarios, que no le dedicó aplausos, sino reiterados abucheos.

Nada de santidad. Dotes teatrales las necesita todo el que aparenta una personalidad que no es la suya. Silvio Berlusconi es el perseguido por una justicia corrupta, que escenifica la palabra, lo que da más fuerza al discurso. A gritos, señala que le quieren ver detenido: levanta los brazos y los cruza en la zona de la muñeca, como si le condujeran esposado.

Y cada frase, cada gesto, es merecedor de un abucheo descomunal de los comerciantes. En la actualidad, la República de Italia aparece dividida: la que quiere ver a Silvio Berlusconi en la cárcel, entre rejas, y la que quiere que prospere una ley de amnistía para delitos penados con menos de diez años, que ha quedado bloqueada.

Italia, dividida entre buenos y malos de un spaghetti-western. Los intereses de una sola persona mueven a la mitad del país. Tantas veces primer ministro y está reclamando algo que castiga el Estado de derecho. En el fondo, quiere un poder judicial sometido a la voluntad del primer ministro.

Si le dejaran decir lo que piensa, se declararía genial, lamentablemente desaprovechado en épocas regidas por la mediocridad. Se mira al espejo y se admira de lo listo que es.

Periodista