Si alguien ha tenido la paciencia de leer los artículos que vengo publicando en estas páginas, no habrá tenido dificultad en detectar que una de mis preocupaciones fundamentales es la cuestión del simulacro, es decir, esas realidades producidas desde ciertas instancias del entorno del poder, que poco tienen que ver con la realidad pero que poseen una gran eficacia ideológica, pues se consigue que la ciudadanía tome por real algo que no es sino ficción producida con intereses concretos. Viene esto a cuento --precisamente cuento pudiera ser otra palabra cercana a la de simulacro, con la diferencia de que aquél sabemos que es inventado-- del procedimiento abierto por un juez de la Audiencia Nacional a propósito de la connivencia del gobierno venezolano con la organización terrorista ETA. Me gustaría recordar algo que escribí en El Periódico de Aragón hace más de un año, el 10 de diciembre de 2008:

"Uno de los efectos más relevantes de la sociedad mediática que habitamos es lo que algunos autores, como Baudrillard y Balandier entre otros, han denominado simulacro. El simulacro es una ficción inventada por los medios pero que durante un tiempo más o menos prolongado posee, por decirlo con Bourdieu, "efectos de real", es decir, actúa en nuestras conciencias con eficacia ontológica (pensamos que sucede/existe realmente) y, por lo tanto, política e ideológica. Los ejemplos en la historia reciente son numerosos, desde la marea negra del Golfo Pérsico en la primera guerra del Golfo, hasta el famoso ordenador de Raúl Reyes, que algún día nos informará, sin lugar a dudas, de la connivencia de las FARC en la muerte de Manolete; por recurrir a un ejemplo de andar por casa, y que todavía conserva su operatividad, aquella famosa pinza IU-PP, que tanto sirvió al PSOE para desgastar a IU y para ocultar sus numerosas coincidencias parlamentarias con el PP. Pero, más allá de que el simulacro se ha convertido en una herramienta política de primer orden para encauzar a la opinión pública por la senda del pensamiento único, lo que nos interesa subrayar es la capacidad mediática para producir realidad."

La información que ha llevado al juez Eloy Velasco a promover la actuación contra el gobierno de Venezuela se sustenta, en lo fundamental, en la contenida en ese famoso portátil. Resulta pertinente recordar la historia del aparato en cuestión. Este es capturado en el marco de una acción militar que el ejército colombiano llevó a cabo en suelo ecuatoriano, en la que aniquiló un campamento de las FARC, amén de acabar con la vida de campesinos ecuatorianos de la zona. Tras asesinar a Raúl Reyes, se hacen con su ordenador y extraen de él la información, entre la que se encuentran correos electrónicos que vinculan a ETA con las FARC y el gobierno de Venezuela. El ordenador produjo una gran cantidad de información periodística, como se puede comprobar revisando los titulares del momento. Sin embargo, uno de los titulares más sonoros fue el que hablaba de que la propia Interpol había rechazado el carácter probatorio del ordenador, pues su cadena de custodia no había existido en ningún momento y se habían detectado numerosas manipulaciones indebidas del mismo. Es decir, las propias autoridades policiales internacionales rechazaron la información existente en el ordenador.

Todos sabemos aquello de que en una guerra, la primera víctima es la verdad. La guerra que azota Colombia no es, desde luego, una excepción y creo que resulta cuando menos juicioso poner entre paréntesis las informaciones procedentes de una guerrilla cruenta o de un gobierno, y su ejército, en el punto de mira de todas las organizaciones internacionales de derechos humanos. Por ello sorprende el auto del juez Velasco, quien parece no estar muy enterado siquiera de las posiciones de la Interpol y que concede carácter probatorio a una información obtenida fruto de una acción terrorista, pues no de otro modo se puede calificar la acción de un grupo armado, aunque sea un ejército, fuera de su jurisdicción.

Parece que, en el caso de Venezuela, todas las estrategias son válidas. Hace poco, se informó de que el gobierno venezolano había prohibido la emisión de los Simpson y de Padre de Familia, lo que sirvió como base para toda clase de comentarios críticos. A los pocos días, algunos medios, afortunadamente, tuvieron el rigor periodístico de desmentir su propia información, al haber constatado que la noticia no se correspondía con la realidad. En el caso que nos ocupa, las cautelas judiciales, tan básicas en un sistema democrático, tan reclamadas cuando de otros se trata, no son tenidas en cuenta. Las conclusiones las puede extraer cada uno. Pero a mí al menos me inquieta la falta de rigor, la ausencia de memoria y la incapacidad de análisis en la que todo se desenvuelve en nuestras sociedades, tan pagadas de sí mismas. Todo sea por un titular o por un minuto de gloria.

Profesor de Filosofía Universidad de Zaragoza