Llegan unas fechas que la tradición quiere festivas, familiares y de buenas intenciones. Unos y otros se juntan al calor de los mejores alimentos y bebidas posibles. Aparcan las tensiones hasta los postres (suegros, cuñados, primas, tíos y tías enzarzados por un quítame allá esas pajas) y para el año que venga más. Paz en la tierra a las gentes de buena voluntad. Todo eso quienes pueden, porque vénganles con navidades a los parados, a los mileuristas, a ese batallón de ciudadanos que cada noche duermen en cajeros, letrinas y guariches varios o a las mujeres maltratadas. Estando el mundo como está, estas celebraciones de la nada parecen una provocación. ¿Paz? ¿Dónde y para quienes? ¿Qué paz? ¿Qué buenas intenciones? Las que a diestro y siniestro todos deseamos para los demás estos días son tan falaces como las de quienes han hecho del pacifismo una filosofía de vida. Es imposible el pacifismo cuando los poderes se amoldan a la manida frase latina "si vis pacem para bellum" pero se lo montan muy bien. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial los USA han querido implantar la paz con sus bombardeos en una enorme lista de países: China, Corea, Guatemala, Indonesia, Cuba, El Congo, Perú, Palestina, Laos, Vietnam, Camboya, Granada, Libia, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Irak, Sudán, Afganistán, Yugoslavia... Paz, la de los cementerios, mientras que los dólares llenan los bolsillos de los poderosos, que dejan la calderilla para los pacifistas. Pero no pasa nada. Felices navidades.

Profesor de universidad