Grecia vuelve a provocar escalofríos en Bruselas y en Berlín, es decir, en la Unión Europea. Hay signos de recuperación muy lenta tras seis años de recesión en los que su economía se ha encogido en más de un 22% y el paro alcanza el 25%. Sin embargo, la troika exigía mayores esfuerzos para cerrar el segundo rescate. Sabiendo que ya no puede exigir más sacrificios y siendo también consciente de que Grecia necesita los 1.800 millones del último tramo del segundo rescate, el primer ministro conservador, Antonis Samaras, jugó la carta de anticipar las elecciones presidenciales como si fuera un voto de confianza en su Gobierno que le daría un margen de actuación. La maniobra le ha salido mal y Grecia se encamina a unas elecciones legislativas que las podría ganar con una mayoría relativa Syriza, la formación radical de izquierdas que tiene por bandera la lucha contra las medidas de austeridad impuestas por la troika.

La campaña para frenar esta posibilidad ya ha empezado con el FMI suspendiendo las negociaciones para el último tramo del rescate con Atenas y en los próximos días veremos interferencias desde Bruselas, Berlín, Washington o Fráncfort. La defensa que hace Syriza de una reestructuración de la deuda es lo que pone nerviosos a los acreedores. La realidad es que difícilmente Grecia podrá pagarla. Y no solo eso. Un debate sobre una quita pondría de manifiesto la inutilidad de la austeridad cuando en los últimos siete años y con todos los recortes en marcha, la deuda global de los países de la eurozona ha aumentado.

PRESIÓN Y POCO CONOCIMIENTO

Cuando hace unas semanas el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, decía que prefería ver caras conocidas a caras nuevas, y cuando el comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, después de visitar Atenas se declaraba convencido de que Samaras tendría apoyo suficiente para la elección del presidente, además de estar presionando en la política griega, ambos manifestaban un escaso conocimiento de la realidad de aquel país. La sociedad está exhausta. El castigo al que ha sido sometida en los seis años de recesión ha generado la desconfianza más absoluta en lo conocido. A nadie, y a Bruselas y Berlín en primer lugar, debería extrañar pues que muchos griegos quieran probar una transformación radical.