El próximo domingo se celebra la primera de una serie de citas electorales que habrán de mostrarnos qué está pasando exactamente en España. Hasta qué punto esta segunda transición que inauguró el 15-M se ha convertido en un proceso constituyente y cómo lo han entendido unos y otros será algo que nos contestarán las urnas. Pero lo más importante se dejará ver unos días después: ¿Asistiremos a ese cambio cualitativo que parece reclamar la sociedad cuando habla de nuevas formas de hacer política?

En pocas ocasiones como esta ha habido tanta incertidumbre a la hora de hacer pronósticos electorales, y es que las encuestas están mostrando a las claras sus limitaciones cuando de predecir cambios se trata. La opinión pública parece clamar por un cambio cualitativo en la forma de hacer política que termine con los grandes símbolos de esta crisis: la corrupción, la creciente desigualdad y la ruptura del vínculo entre los representantes y los representados. Sin embargo, cualquiera que mire las tripas de la demoscopia sabrá ver un previsible voto oculto hacia partidos tradicionales, así como una meteórica ascensión de opciones en apenas unos meses. ¿Qué dimensión tienen exactamente estos fenómenos y cuál es su sentido?.

A los cleavages tradicionales en nuestro país para la determinación del voto --posicionamiento ideológico y cuestión nacional-- parece haberle surgido un compañero: el de lo nuevo frente a lo viejo. Ahora bien, ¿qué es exactamente lo nuevo?. Según la RAE, la novedad hace referencia a una cualidad que tienen las cosas "que se perciben o experimentan por primera vez", "recién hecho o fabricado", "Distinto o diferente de lo que antes había"... y siete acepciones similares. La percepción social de lo que debería ser nueva política creo que coincide sustancialmente con la doctrina de la academia. Se reclama otra forma y otro fondo, otras maneras de hacer política y otras ideas capaces de sacarnos del lío en el que estamos. Como parece que esto se ha aceptado --y aquí las encuestas no dejan mucho lugar a dudas--, unos y otros, nuevos y veteranos, se esfuerzan en mostrar su novedad.

Los recién llegados hacen esfuerzos por diferenciarse de los que ya estaban, pero con frecuencia comprueban la dificultad que esto supone cuando se entra en un juego electoral que tiene las cartas marcadas. La novedad no consiste en discutir en tertulias televisivas con el mismo tono que el resto y algún tic más fresco, joven e irreverente. Lo realmente nuevo y transformador sería abordar los debates como una deliberación en la que construir juntos. Tampoco se puede considerar novedoso anunciar a bombo y platillo que vas a obtener una mayoría absoluta. Es más, eso lo han hecho sistemáticamente todos los partidos con cierta implantación. Lo novedoso y transgresor sería plantear que, pese a que se va a obtener un fantástico resultado, al día siguiente intentarás llegar a acuerdos con el máximo de grupos posible de forma que tus políticas se conviertan en realidades sólidas. Y por supuesto, ante las dificultades, lo nuevo no es poner paños calientes ni acusar de persecución ni conjura a nadie --aunque existiese--, sino articular respuestas claras, sólidas y rápidas que no dejen lugar a dudas, poniendo toda la información al servicio de quien la necesite.

Por parte de los veteranos, el reto de lo nuevo es todavía más difícil. Si bien es cierto que se están viendo algunos esfuerzos por ceder el paso a nuevas caras, también es verdad que la inercia que imprime la política institucional hace muy difícil que pese a que muchos han convocado primarias para elegir a algunos de sus candidatos, ensayan con listas abiertas o se inician en el camino de la transparencia con algunos gestos de rendición de cuentas, un mínimo examen de lo que la hemeroteca dice y calla deja a las claras que el cambio profundo, cualitativo, de lo que supone la nueva política, todavía está por impregnar los pasillos de muchas de las sedes.

La novedad que reclaman los ciudadanos es un cambio cualitativo, una nueva forma de entender la política y nuevas ideas al servicio del bien colectivo, en un camino que se construye al andar unos junto a otras. Y como decía Daniel Innerarity hace unos días en un diario vecino, si es nuevo o no, lo sabremos dentro de un tiempo.

De momento solo cabe esperar a completar el ciclo electoral y ver qué pasa, pero podemos dibujar escenarios. En este nuevo ciclo electoral que ahora se inicia pueden pasar cuatro cosas: viejas caras con viejas ideas; viejas caras con nuevas ideas; nuevas caras con nuevas ideas; o, el peor de todo ellos... nuevas caras con viejas ideas. En unos meses lo sabremos.

Politóloga